viernes, 30 de enero de 2009

Costumbres en torno a la fiesta de la Purificación




La festividad del 2 de febrero recuerda dos hechos que refiere el evangelista san Lucas: la purificación de la Santísima Virgen y la presentación del Niño Jesús en el templo. De acuerdo con la ley mosaica (Levítico), la mujer que daba a luz quedaba legalmente impura por un período de cuarenta días (si su vástago era varón) o de ochenta (si era hembra). Durante todo este tiempo la madre debía permanecer en retiro, sin poder participar en las funciones sagradas públicas. Al cabo del plazo correspondiente, debía acudir al templo para presentar, en el atrio de las mujeres, su ofrenda ante el sacerdote, el cual debía inmolarla a Dios como holocausto de adoración y de expiación a favor de la oferente. Ésta recibía entonces una declaración de que había quedado legalmente pura y podía reintegrarse a la vida de la comunidad. Además, si el hijo era varón y primogénito debía ser consagrado a Dios como primicia que era, siendo rescatado mediante el pago de cinco siclos. Este rescate era una formalidad simbólica, pues había pasado ya el tiempo en el que los primogénitos varones eran destinados al servicio religioso, al haberse designado a la tribu de Leví como la casta sacerdotal del pueblo escogido.

María se sometió a las disposiciones de la religión veterotestamentaria porque era una piadosa israelita, que guardaba la palabra de Dios y la ponía en práctica, que la conocía muy bien y la meditaba en su corazón, como lo demuestra el precioso canto del Magníficat, que entonó al recibir el saludo de su prima Isabel y que rezuma una fuerte inspiración bíblica (lo que demuestra su gran familiaridad con la Escritura). Evidentemente, no necesitaba purificarse, siendo la Purísima por excelencia, sin mancha ni fómite de pecado, y habiendo engendrado y dado a luz al Hijo de Dios, que salió de su castísimo seno como la luz por cristal diáfano, sin quiebra ni menoscabo. Pero dos consideraciones nos permiten comprender por qué, sin embargo, la Santísima Virgen, no se eximió de una ley que no la afectaba. La primera es su profunda y sincera humildad, que no necesitaba reivindicar ningún privilegio porque sabía que todo lo había recibido graciosamente de su Creador. La segunda es que convenía que todo el negocio de la Encarnación quedara oculto a Satanás.

Sin embargo, he aquí que dos píos ancianos, atentos a las profecías, son los que se percatan de que el Niño que vienen a presentar al templo aprovechando la purificación de la Madre, es el Hijo de las promesas, el que ha de traer la salvación a Israel y, por ella, a todas las gentes. Simeón y Ana son los primeros a quienes se ofrece la luz de la fe en Jesús y la aceptan. Ana, la profetisa, es, además, la primera misionera, pues, después de ver al Niño y alabar a Dios “hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de Jerusalén”.

La festividad de la Purificación de Nuestra Señora y de la Presentación del Niño en el Templo fue fijada por la Iglesia el 2 de febrero inspirándose en los cuarenta días prescritos por la ley de Moisés para declarar la pureza legal de una parturienta (desde el 25 de diciembre hasta el 2 de febrero corren, en efecto, cuarenta días). Es el broche de oro que cierra el ciclo de Navidad y marca para muchos el tiempo de retirar los adornos natalicios. También en este día cambia la antífona mayor de la Virgen que se canta en completas: el Alma Redemptoris Mater es substituida por el Ave Regina coelorum, que exalta el poder de María, que le viene de su divina Maternidad.

Antaño era costumbre entre las familias católicas el que las madres recién paridas se mantuvieran retiradas también durante cuarenta días después del parto a contemplación e imitación de la Santísima Virgen. Es por ello por lo que no solían asistir al bautizo de sus hijos y acudían de manera discreta a la iglesia para cumplir con el precepto dominical o se eximían de éste si estaban débiles por los trabajos puerperales. Al cabo del plazo cuadragenario hacían pública comparecencia en la iglesia con comitiva y cierto aparato festivo en lo que se llamaba la “salida de parida”. Allí recibían una bendición especial: Benedictio mulieris post partum (que trae el Rituale Romanum), teniendo una candela encendida en la mano. Laudablemente, la madre ofrecía el estipendio de la misa a la que asistía, como reminiscencia de la ofrenda de las mujeres israelitas para obtener su pureza legal. Concomitantemente, después del santo sacrificio, el neonato, ya bautizado, era presentado y consagrado a la Virgen ante la imagen o en la capilla de la advocación a la que la familia era devota, si antes no lo había sido inmediatamente después del bautizo. Sería conveniente que volviera a retomarse esta bellísima usanza, desgraciadamente olvidada por los imperativos de la vida moderna. Pero nada impide que, sin necesidad de que se observe exactamente el término de cuarenta días, las madres cristianas señalen el fin de su baja por maternidad mediante una “salida de parida” y encarguen una misa de acción de gracias.

He aquí el texto de la oración a la que hemos hecho referencia y que puede servir de materia para la meditación: “Omnípotens sempiterne Deus, qui per beatáe Maríae Vírginis partum fidélium pariéntium dolóres in gaudium vertísti: réspice propitius super hanc fámulam tuam, ad templum sanctum tuum pro gratiárum actióne laetam accedéntem, et praesta; ut post hanc vitam, eiusdem beátae Maríae méritis et intercessióne, ad aetérnae beatitúdinis gáudia cum prole sua perveníre mereátur. Per Christum Dóminum nostrum. R. Amen". (Oh Dios omnipotente y eterno, que por el parto de la Santísima Virgen María has convertido los dolores de tus fieles parturientas en gozo, mira propicio a esta sierva tuya que se allega a tu santo templo en jubilosa acción de gracias y concédele que después de esta vida, por los méritos e intercesión de la misma Virgen María, merezca alcanzar con su prole los gozos de la eterna bienaventuranza. Por Cristo nuestro Señor. R. Amén.)

La liturgia de la festividad del 2 de febrero consta de tres partes, a saber: 1) la bendición y distribución de las candelas, 2) la procesión con las candelas bendecidas, y 3) la misa de la Presentación. La primera y segunda partes han dado origen al nombre popular con el que se conoce en España el día de la Purificación y Presentación: la Candelaria. No es éste el lugar para un estudio de las ceremonias –tan ricas en simbolismo– de esta fiesta tan arraigada en el ánimo del pueblo fiel. Nos bastará para el propósito de este costumbrario con referirnos a las candelas o velas bendecidas, que son un importante sacramental que pone a nuestra disposición la Iglesia como diligente Madre que es nuestra.

Las velas son, ante todo, un símbolo de Nuestro Señor Jesucristo. Están hechas de cera de abeja, lo que sugiere la formación de la materia del Cuerpo de Cristo de la purísima substancia del cuerpo virginal de María (la cera la producen, en efecto, las abejas obreras, que son vírgenes). El pabilo que está en el centro de la vela simboliza el Alma Santísima de Cristo. La llama de la vela encendida representa, en fin, la Divinidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se une hipostáticamente a la Humanidad de Jesús, como la materia de la vela se funde en el fuego que la consume y se hace una con él. De modo, pues, que las velas benditas que llevamos en procesión son una profesión de fe en Jesucristo. Es fe, como la luz que irradian las candelas, ilumina nuestra peregrinación en este mundo, significada en la procesión.

Por otra parte, también podemos comparar las velas, análogamente, a nuestras propias vidas, a las que la luz de la fe y el calor de la gracia santificante dan vida. Somos como candelas que se consumen en el amor divino y debemos cuidar que nunca se extingan o volver a encenderlas cuanto antes cuando tenemos la desgracia de que el soplo del diablo las apague. De otro modo, vivimos en las tinieblas del pecado y de la muerte.

Las velas bendecidas el día de la Candelaria no se destinan al consumo ordinario, sino que se reservan para usos exclusivamente religiosos, dado que se trata de sacramentales. Si se consumen, la cera sobrante ha de enterrarse, no tirarse. Son muy eficaces en tiempo de tormenta eléctrica y tempestades de mar y tierra, ahuyentando los peligros del rayo y otras desgracias. Entonces se recita la letanía “A fúlgure et tempestate, líbera nos, Dómine” (Del rayo y de la tempestad, líbranos Señor) y se invoca a la Santísima Virgen como la Auxilium Christianorum (Auxiliadora de los Cristianos). Otro empleo de las candelas bendecidas es cuando la mujer se pone de parto para que éste tenga buen término. También se encienden si hay un enfermo grave en casa o un moribundo o agonizante. Ello se hace para que la vela, símbolo de Jesucristo, lo guíe en el viaje definitivo, cuando el Señor, como a Simeón, “deje marchar a su siervo en paz”. En fin, no es inútil consignar que este sacramental será muy eficaz contra los tiempos de tinieblas y tribulación anunciados para el fin de los Tiempos, pero esto forma parte de revelaciones privadas cuya credibilidad depende del juicio de la Iglesia, que no deseamos prevenir.

Así pues, aprovechémonos de esta riqueza que la Iglesia pone tan fácilmente a nuestra disposición y conservemos piadosamente las candelas bendecidas el 2 de febrero. Guardémoslas cuidadosamente en alguna caja bien resguardada de los calores estivales, y envueltas en papel de seda para cuando su uso se vuelva oportuno (que nunca faltará la ocasión). De estas mismas velas se puede tomar la que la madre lleva en su “salida de parida”.

Como colofón, consignamos la antífona mariana del tiempo (que se puede cantar al final de las misas mayores):




Ave Regina coelorum,
Ave Domina Angelorum:
Salve radix, salve porta,
Ex qua mundo lux est orta:
Gaude Virgo gloriosa,
Super omnes speciosa,
Vale, o valde decora,
Et pro nobis Christum exora.

V. Dignare me laudare te, Virgo sacrata.
R. Da mihi virtutem contra hostes tuos.

Oremus: Concede, misericors Deus, fragilitati nostrae praesidium:
ut, qui sanctae Dei Genitricis memoriam agimus;
intercessionis eius auxilio, a nostris iniquitatibus
resurgamus. Per eundem Christum Dominum nostrum. R. Amen.


Salve, reina de los cielos,
Salve, señora de los ángeles,
Salve, raíz santa, de quien nació la luz al mundo.
Alégrate, Virgen gloriosa,
entre todas la más bella.
Salve a tí, la más hermosa.
Ruega a Cristo por nosotros.

V. Déjame que te alabe, oh Virgen sagrada.
R. Dame fuerza contra tus enemigos.

Oremos. Concede, oh Dios misericordioso, asilo a nuestra fragilidad,
para que los que honramos la memoria de la Santa Madre de tu Hijo,
con el auxilio de su intercesión nos levantemos de nuestras iniquidades.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.

Hermosa versión polifónica de Orlando di Lasso (1532-1594):
http://www.youtube.com/watch?v=40nCdo3kAes

viernes, 16 de enero de 2009

La bendición de los animales el día de san Antón



Mañana, 17 de enero, es el día de san Antón, como se conoce en España a san Antonio Abad (251-356), llamado el cenobiarca por haber sido el iniciador del monaquismo. Perteneciente a una rica familia egipcia, a los veinte años perdió a sus padres y aprovechó para vender todas sus posesiones, entregando el producto a los pobres, pues quería seguir su vocación de entregarse a Dios de una manera radical, escogiendo para ello la vida solitaria. Internándose en el desierto de la Tebaida, su ejemplo fue seguido por multitud de hombres que poblaron el eremo (de ahí su nombre de “ermitaños”). Llevaban una vida exigente y de extrema austeridad en un tiempo especialmente peligroso en el que el cristianismo, convertido en religión de las masas y atacado por la herejía arriana, corría el riesgo de diluirse. Por eso se considera a Antonio el salvador providencial de nuestra religión. Fue célebre su heroica resistencia a los asaltos de terribles tentaciones. Fue amigo de san Pablo (228-341), llamado “el primer ermitaño” por haber sido el pionero de la gran aventura monástica, a la que Antonio dio decisivo impulso. La vida de éste, escrita por san Atanasio de Alejandría, es un clásico de la Patrística.

San Antonio Abad es considerado uno de los patrones de los animales. Se le representa con un gracioso cerdito a sus pies, aludiendo al milagro operado por el santo a favor de unos jabatos nacidos ciegos, cuya madre acudió a él en busca de ayuda y, en agradecimiento, nunca más se separó del bondadoso monje. Algunos han querido ver en el porcino al símbolo del tentador Satanás vencido por san Antonio, contra quien solía mandar piaras de cerdos poseídos. Sin embargo es más amable la primera explicación y da a entender mejor su delicadeza de espíritu. Los santos han sido por lo general benignos con los animales y los han socorrido y amado como a criaturas que también son de Dios. Es de suponer que en el desierto san Antonio, como san Pablo (que recibía su sustento diario de los cuervos), conviviría con varias especies en paz y armonía. Y no se trata de visiones idílicas o arcádicas mezcladas de cierta política verde de moda. El ecologismo bien entendido es perfectamente cristiano.

De las manos del Padre han salido todos los seres vivos, como todas las cosas visibles e invisibles. Él indicó a nuestros primeros padres: “Creced y multiplicaos y henchid la tierra, y dominad sobre ella, y gobernad sobre los peces del mar y sobre las aves de los cielos y sobre todos los animales que bullen sobre la tierra” (Gen. I, 28). Dijo “gobernad”, no “tiranizad” a las otras criaturas animadas, a las que ha hecho peculiarmente solidarias con el hombre si nos atenemos a un pasaje enigmático de san Pablo: “Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. VIII, 20-21). Dios salvó a los animales juntamente con Noé y los suyos en el arca, durante el diluvio universal. Hizo de algunos instrumentos de sus designios (la burra de Balaam, los osos que vengaron las burlas contra el profeta Eliseo). El vaho bienhechor del buey y la mula del pesebre calentaron a Jesús recién nacido…

Podríamos multiplicar los ejemplos, pero baste decir que Dios quiere a todas las criaturas que han salido de sus manos y que seguramente no le gusta que los hijos de los hombres las maltraten. Cierto es que nos las ha dado como ayuda, para nuestro abrigo y sustento; pero por eso mismo debemos ser más delicados en nuestro trato con otros seres que nos procuran el bien. Desde luego, los santos han demostrado su finura espiritual en este sentido, descollando no sólo san Antonio Abad, sino también santa Tecla, santa Gertrudis, san Roque y, sobre todo, san Francisco de Asís, cuyas Florecillas están llenas de episodios que rezuman una gran bondad. Es, empero, en la fiesta del primero, es decir, el 17 de enero, cuando se realiza la bendición de los animales, muy popular en España y también en la América Española. En este los animales de tiro tradicionalmente eran eximidos del trabajo además de ser bendecidos. Gracias a Dios, la bendición del día de san Antón es una costumbre que no se ha perdido, aunque la vida de tráfago de nuestras ciudades modernas imponga muchas limitaciones.

Hagamos bendecir a nuestros animales: ellos son nuestros compañeros y nos aportan mucho, incluso una compañía de la que a veces nos privan nuestros propios congéneres. Tratémoslos bien y cuidémoslos en sus enfermedades y apuros. Son criaturas que dependen de nuestra buena voluntad como nosotros dependemos de la generosa Providencia de Dios. Nosotros somos su providencia: hagamos con ellos lo que quisiéramos que Dios hiciera con nosotros.



martes, 13 de enero de 2009

Tomar el agua bendita




El agua bendita es un sacramental que usa la Iglesia en muchas de sus ceremonias y pone a nuestra disposición como una ayuda para nuestra santificación y protección. El agua es uno de los cuatro elementos primordiales de los Antiguos y a ella está ligada naturalmente la idea de purificación. El agua, además, refresca y da vida. Sin ella ésta no sería posible sobre la Tierra. En el santo bautismo se nos recuerda la doble función del agua, hecha materia de este sacramento: lava el pecado original y da la nueva vida sobrenatural al alma. Por eso se la bendice solemnemente en la Vigilia de Pascua, que recuerda el paso de los hebreos por el Mar Rojo a pie enjuto, librándose de la esclavitud de Egipto y entrando en el camino hacia vida nueva en la tierra prometida.

El agua bendita, la que se usa como sacramental (que trae su origen del agua lustral de la Ley Mosaica, presente asimismo en otros ritos purificatorios de la Antigüedad), también es bendecida, aunque no con la solemnidad del agua destinada a la pila bautismal. Se exorciza primero para quitar de ella todo influjo maligno y se la sala un poco para significar la incorrupción. La sal que para ello se utiliza también es exorcizada y se la bendice. Las oraciones que trae el Rituale Romanum para bendecir el sacramental del agua (Ordo ad faciendam aquam benedictam) son bellas y dignas de ser meditadas.

La Iglesia usa el agua bendita para santificar las cosas creadas. No hay bendición en la que no se asperja con ella la persona, el ser o la cosa objeto de la misma. Con ella acompaña a los difuntos en su último viaje. También es una eficaz arma contra las insidias diabólicas. Cada domingo, antes de la misa mayor, se lleva a cabo la aspersión solemne del agua bendita, que comienza por la hermosa antífona Asperges me (en tiempo pascual Vidi aquam). El celebrante comienza tomándola él para sí y después recorre la nave de la iglesia rociando con el hisopo a los fieles congregados. Es una costumbre que, desgraciadamente, se ha enrarecido en nuestros templos.

También en cada iglesia, santuario u oratorio suele haber una pila de agua bendita a la entrada. El fiel que entra en el sagrado recinto, lo primero que debe hacer es acercarse a tomarla con las yemas de los dedos y signarse. Existe un díptico latino que sirve para acompañar este gesto y es muy significativo:


Haec aqua benedicta
sit nobis salus et vita


(Que esta agua bendecida
Nos dé salvación y vida)

Es recomendable que en cada hogar haya también una pequeña pila de agua bendita para que nos acostumbremos a tomarla antes de iniciar nuestra jornada, al salir de casa y regresar. El agua se puede obtener pidiéndola en la parroquia o que nos la bendiga algún sacerdote. De preferencia sería aconsejable asistir a su bendición, con los exorcismos y plegarias, lo que constituye una magnífica catequesis. Si vemos que se va agotando el agua bendita que tenemos en casa, basta añadir de a pocos una cantidad que sea menos de la mitad de lo que nos queda del agua bendita original para que todo quede bendecido. Sin embargo, a no ser en caso de necesidad, es mejor pedirla nueva cada vez.

No dejemos la saludable costumbre de emplear el agua bendita en nuestras acciones principales. Es un auxilio muy fácil que la Iglesia pone a nuestra disposición.


lunes, 5 de enero de 2009

La bendición de las casas en Epifanía




El 6 de enero, día de Reyes, la Iglesia celebra en su liturgia la festividad de la Epifanía, que significa “manifestación”. Tres hechos se conmemoran: la adoración de los Reyes Magos, el bautizo de Cristo en el Jordán y el milagro de las bodas de Caná. En estas tres ocasiones quedó patente que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, el Mesías, el Salvador del género humano.

La tradición ha vinculado a la Epifanía dos bendiciones: la del agua en la Noche de Reyes y la de las casas en el día. La primera proviene de Oriente, teniendo su origen en Egipto y está atestiguada por san Juan Crisóstomo (347-407), quien refiere que la gente acudía hacia la media noche para tomar del agua que se bendecía en recuerdo de la santificación de las aguas obrada por Jesucristo al bajar al Jordán para ser bautizado por Juan. Esa misma agua se reservaba en las casas para hacer uso de ella durante todo el año como un sacramental eficaz. La costumbre pasó a Occidente a través de los países germánicos, donde se consagraba la llamada “agua de los Tres Reyes” durante una ceremonia que data de los siglos XI-XII y que se desarrollaba en la Vigilia de la Epifanía. Más tarde, el rito la bendición de esta agua quedó fijado en una ceremonia muy solemne, simbólica y elaborada, que fue aprobada por la Sagrada Congregación de Ritos (decreto del 6 de diciembre de 1890), entrando así en el Rituale Romanum (tit. IX, cap. IX).

La bendición de las casas está muy relacionada con el significado de la triple conmemoración de la Epifanía. Los Reyes llegados de Oriente entran en la casa indicada por la estrella y, encontrando en ella al Niño Jesús con la Virgen María, su Madre, postrándose le adoran y le ofrecen sus dones. De modo semejante, la Iglesia, en honor de la Sagrada Familia, santifica las casas de sus hijos y les dispensa los dones de sus tesoros espirituales, con los cuales también pueden obtener prosperidad material. Jesucristo es bautizado en el Jordán y se anuncia con ello la nueva regeneración; el agua se convierte en signo de purificación y de vida. Las casas son, pues, purificadas de toda asechanza del enemigo maligno y los que en ellas moran están llamados a vivir la nueva vida divina de la gracia. El episodio de las bodas de Caná nos muestra que Jesús santifica a la familia, la familia basada en el matrimonio cristiano, imagen del sagrado consorcio que une a Cristo y a su Iglesia. El milagro de la conversión del agua en vino significa, además, que Dios no sólo concede bienes materiales, sino sobre todo bienes espirituales para la vida eterna. Y eso es lo que quiere la Iglesia para las casas de las familias cristianas al otorgarles esta bendición del día de Reyes. Resumiendo, hoy bendecimos nuestras casas porque “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Prólogo de san Juan).

En los países germánicos, después de bendecir las casas se solía escribir bajo el dintel de la puerta la fórmula “Christus Mansionem Benedicat”, en la cual se ha visto un acróstico de las iniciales de los Reyes Magos: C(asparus), M(elchior), B(althasar). Se empleaba para ello un lápiz bendito o un trozo de tiza: de ahí la bendición de la tiza (benedictio cretae) destinada a las inscripciones sagradas, asociada también a este día.

La bendición de las casas en Epifanía es una costumbre que no deberíamos perder. En medio de los regocijos navideños nos ayuda a acentuar el carácter familiar de los mismos, no sólo por lo que atañe a lo consanguíneo, sino también a lo espiritual. Llamar a nuestro párroco para que bendiga nuestra casa contribuye a estrechar los vínculos con la familia parroquial y, a través de ella, con la gran familia sobrenatural que es Nuestra Santa Madre Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, del que somos miembros. También es una buena manera de comenzar el año civil, religiosamente, invocando las bendiciones del buen Dios, que vela, Providente y Misericordioso, por sus criaturas y está dispuesto a derramar sus bendiciones a quienes se las pidan. Los regalos que se dan a los niños en este día de Reyes pueden cobrar así un carácter de celebración y de júbilo por haber sido visitado nuestro hogar por Dios. También pueden simbolizar los dones que esperamos recibir durante el año. Y, aunque la bendición del agua de Reyes se haya rarificado hasta el punto de haberse casi perdido, no estaría de más recordársela a nuestros sacerdotes para beneficiarnos de su hermosa liturgia y del sacramental que por ella se confecciona. Es muy oportuno también que en esta ocasión renovemos las promesas de nuestro bautismo y hagamos profesión de fe católica y de amor a Jesucristo, la Virgen y san José, consagrándoles nuestras familias.


Ex Rituale Romanum

Benedictio domorum

In Festo Epiphaniae

In ingressu

V. Pax huic dómui.
R. Et omnibus habitántibus in ea.

Antiphona. Ab Oriénte venérunt Magi in Béthlehem, adoráre Dóminum: et, apertis thesáuris suis, pretiósa múnera obtulérunt, auri Regi magno, thus Deo vero, myrrham sepultúrae ejus. Alleluja.

Canticum Beatae Mariae Virginis

Magnificat * anima mea Dominum ;
Et exsultavit spiritus meus * in Deo salutari meo.
Quia respexit humilitatem ancillae suae: * ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes.
Quia fecit mihi magna qui potens est: * et sanctum nomen ejus,
et misericordia ejus a progenie in progenies * timentibus eum.
Fecit potentiam in brachio suo, * dispersit superbos mente cordis sui,
deposuit potentes de sede, * et exaltavit humiles,
esurientes implevit bonis, * et divites dimisit inanes.
Suscepit Israel puerum suum, * recordatus misericordiae suae,
sicut locutus est ad patres nostros, * Abraham et semini ejus in saecula.
Gloria Patri, et Filio, * et Spíritui Sancto.
Sixut erat in principio, et nunc et semper, * et in saecula saeculorum. Amen.

Interea aspergitur et incensatur domus, et in fine repetitur Antiphona : Ab Oriénte venérunt, etc.

Pater noster secreto usque ad

V. Et ne nos indúcas in tentatiónem.
R. Sed líbera nos a malo.
V. Omnes de Saba vénient.
R. Aurum et thus deferéntes.
V. Dómine, exáudi oratiónem meam.
R. Et clamor meus ad te véniat.
V. Dóminus vobiscum.
R. Et cum spíritu tuo.

Oratio

Orémus. Deus qui hodiérna die Unigénitum tuum géntibus stella duce revelásti concéde propítius ut qui iam Te ex fide cognóvimus usque ad contemplándam spéciem tuae celsitúdinis perducámur. Per eúmdem Dóminum nostrum Jesum Christum, qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritu Sancti Deus per ómnia saécula saeculórum. R. Amen.

Responsorium. Illumináre, illumináre, Jerúsalem, quia vénit lux tua : et glória Dómini super te orta est, Jesus Christus ex María Vírgine.

V. Et ambulábunt Gentes in lúmine tuo : et reges in splendóre ortus tui.
R. Et glória Dómini super te orta est.

Oratio

Oremus. Béne+dic, Dómine, Deus omnípotens, locum istum (vel domum istam) : ut sit in eo (ea) sánitas, cástitas, victóriae virtus, humílitas, bónitas et mansuetúdo, plenitúdo legis et gratiárum áctio Deo Patri, et Fílio, et Spíritui Sancto ; et haec benedíctio máneat super hunc locum (vel hanc domum), et super habitántes in eo (ea). Per Christum Dóminum nostrum. R. Amen.


Bendición de las casas en la festividad de la Epifanía

(del Ritual Romano)

A la entrada

V. Paz a esta casa.
R. Y a todos los que en ella habitan.

Antífona. De Oriente han venido los Magos a Belén para adorar al Señor; y, abriendo sus tesoros, le han ofrecido preciosos dones: el oro del Gran Rey, el incienso de dios verdadero y la mirra para su sepultura, aleluya.


Cántico de la Santísima Virgen

Proclama mi alma la grandeza del Señor, * se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador.
Porque ha mirado la humillación de su esclava: * por eso desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: * y su nombre es santo.
Su misericordia llega a sus fieles * de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: * dispersa a los soberbios de corazón,
Derriba del trono a los poderosos * y enaltece a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes * y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, * acordándose de su misericordia.
Como lo había prometido a nuestros padres, * en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.
Gloria al Padre y al Hijo * y al Espíritu Santo.
Como era en el principio y ahora y siempre * y por los siglos de los siglos. Amén.

Durante el canto del Magníficat, el sacerdote asperje e inciensa la casa. Al final, se repite la antífona Ab Oriénte venérunt, etc.

Padre nuestro en secreto hasta

V. Y no nos dejes caer en tentación.
R. Mas líbranos del mal.
V. Todos acudirán desde Saba.
R. Trayendo oro e incienso.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y hasta Ti llegue nuestro clamor.
V. El Señor sea con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

Oración

Oremos. Oh Dios, que en el día de hoy revelaste a las naciones a tu Unigénito por la estrella conductora, concédenos propicio que ya que te hemos conocido por la fe, seamos llevados a la contemplación de la belleza de tu excelsitud. Por el mismo Señor nuestro Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad con el Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. R. Amen.

Responsorio. Ilumínate, ilumínate, oh Jerusalén, pues llega el que es tu luz y la gloria del Señor ha aparecido sobre ti: Jesucristo, nacido de la Virgen María.
V. Caminarán las naciones bajo tu luz y los reyes en el esplendor de tu amanecer.
R. La gloria del Señor ha aparecido sobre ti.

Oración

Oremos. Ben+dice, oh Señor, Dios todopoderoso, este lugar (o esta casa) : para que haya en él (ella) salud, castidad, la fuerza de la victoria, humildad, bondad y mansedumbre, la plenitud de la ley y acción de gracias a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo; y que esta bendición permanezca sobre este lugar (o esta casa) y sobre sus moradores. Per Cristo nuestro Señor. R. Amén.



CATÓLICO: ¡NO TE OLVIDES DE LOS POBRES!
QUE NO HAYA ESTA NOCHE NINGÚN NIÑO SIN SU REGALO.

ABRE TU CORAZÓN Y TU MANO Y QUE DIOS
TE RETRIBUYA CONFORME A TU GENEROSIDAD.



jueves, 1 de enero de 2009

MES DE ENERO EN HONOR DEL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS




El 1º de enero la Iglesia concentra su atención en el misterio de la divina maternidad de Nuestra Señora (que tiene su festividad propia el 11 de octubre, aniversario del concilio ecuménico de Éfeso de 431, en el que fue proclamado contra Nestorio) y en la circuncisión del Niño nacido en Belén, al que, se impuso en este rito el Santísimo Nombre de Jesús, el que el arcángel Gabriel había indicado a María en la anunciación y a san José en sueños, el “Nombre que está sobre todo Nombre”, ante el cual “toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo”, como dice san Pablo (Fil II, 9-10). Jesús (del hebreo Jehoshua) significa “el que salva”; es más: no hay otro nombre por el cual nos venga la salvación, según proclamó san Pedro en su primera predicación el día de Pentecostés (Act IV, 12). De ahí que “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado” (Rom X, 9-10).

No nos salvamos, pues, ni por Brahma, ni por Buda, ni por, Amaterasu, ni por Alá, ni por Mahoma, ni por Lutero, ni por Calvino, ni por el ángel Moroni, ni por ninguna otra deidad factura de hombres o fundador de religión humana. Nos salvamos por Jesús, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Madre siempre Virgen, el Cristo, el ungido del Padre como Sumo Sacerdote, Rey Eterno y Profeta por antonomasia. Y los que se salvan en las distintas religiones, todos los hombres de buena voluntad, que buscan sinceramente a Dios en sus corazones y viven según la ley natural, deben también su salvación a Jesús, aunque no lo conozcan: se salvan en sus religiones, pero no en virtud de sus religiones (que son falsas), sino gracias a la misericordia de Dios, que se ha derramado por Jesús y en su bendito Nombre, causa de nuestra salud eterna.

La Iglesia instituyó una festividad en honor al Santísimo Nombre de Jesús, fijándola en la domínica entre la Circuncisión y Epifanía o, si esta domínica no tuviera lugar, el 2 de enero. Este año sí se da la domínica, de modo que el próximo 4 de enero estaremos celebrando ese nombre que es miel para los labios y alegría para el corazón, que hacía las delicias de un san Bernardino de Sena (1380-1444), el cual se constituyó en su gran apóstol y a quien se debe la introducción de la festividad en la orden seráfica, a la que pertenecía y que contribuyó a difundirla hasta que el papa Inocencio XIII la extendió a toda la Iglesia en 1721. También la Compañía de Jesús ha sido una gran propagandista del Nombre que la preside, cuyo monograma es célebre. Todo el mes de enero está dedicado especialmente al Santísimo Nombre de Jesús. Santifiquémoslo cotidianamente recitando las hermosas letanías que le están dedicadas, tal como figuran en el Rituale Romanum y cuyo texto en latín y su correspondiente traducción española ofrecemos a la devoción de nuestros lectores, a quienes deseamos un año 2009 que les traiga Paz y Bien.



LITANIAE DE SANCTISSIMO NOMINE IESU

Kyrie, eleison
Christe, eleison
Kyrie, eleison.
Iesu audi nos.
Iesu exaudi nos.
Pater de caelis, Deus, miserere nobis.
Fili, Redemptor mundi, Deus, miserere nobis.
Spiritus Sancte, Deus, miserere nobis.
Sancta Trinitas, unus Deus, miserere nobis.
Iesu, Fili Dei vivi, miserere nobis.
Iesu, splendor Patris, miserere nobis.
Iesu, candor lucis aeternae, miserere nobis.
Iesu, rex gloriae, miserere nobis.
Iesu, sol iustitiae, miserere nobis.
Iesu, Fili Mariae Virginis, miserere nobis.
Iesu amabilis, miserere nobis.
Iesu admirabilis, miserere nobis.
Iesu, Deus fortis, miserere nobis.
Iesu, pater futuri saeculi, miserere nobis.
Iesu, magni consilii angele, miserere nobis.
Iesu potentissime, miserere nobis.
Iesu patientissime, miserere nobis.
Iesu oboedientissime, miserere nobis.
Iesu, mitis et humilis corde, miserere nobis.
Iesu, amator castitatis, miserere nobis.
Iesu, amator noster, miserere nobis.
Iesu, Deus pacis, miserere nobis.
Iesu, auctor vitae, miserere nobis.
Iesu, exemplar virtutum, miserere nobis.
Iesu, zelator animarum, miserere nobis.
Iesu, Deus noster, miserere nobis.
Iesu, refugium nostrum, miserere nobis.
Iesu, pater pauperum, miserere nobis.
Iesu, thesaure fidelium, miserere nobis.
Iesu, bone pastor, miserere nobis.
Iesu, lux vera, miserere nobis.
Iesu, sapientia aeterna, miserere nobis.
Iesu, bonitas infinita, miserere nobis.
Iesu, via et vita nostra, miserere nobis.
Iesu, gaudium Angelorum, miserere nobis.
Iesu, rex Patriarcharum, miserere nobis.
Iesu, magister Apostolorum, miserere nobis.
Iesu, doctor Evangelistarum, miserere nobis.
Iesu, fortitudo Martyrum, miserere nobis.
Iesu, lumen Confessorum, miserere nobis.
Iesu, puritas Virginum, miserere nobis.
Iesu, corona Sanctorum omnium,
Propitius esto, parce nobis, Iesu.
Propitius esto, exaudi nos, Iesu.
Ab omni malo, libera nos, Iesu.
Ab omni peccato, libera nos, Iesu.
Ab ira tua, libera nos, Iesu.
Ab insidiis diaboli, libera nos, Iesu.
A spiritu fornicationis, libera nos, Iesu.
A morte perpetua, libera nos, Iesu.
A neglectu inspirationum tuarum, libera nos, Iesu.
Per mysterium sanctae Incarnationis tuae, libera nos, Iesu.
Per nativitatem tuam, libera nos, Iesu.
Per infantiam tuam, libera nos, Iesu.
Per divinissimam vitam tuam, libera nos, Iesu.
Per labores tuos, libera nos, Iesu.
Per agoniam et passionem tuam, libera nos, Iesu.
Per crucem et derelictionem tuam, libera nos, Iesu.
Per languores tuos, libera nos, Iesu.
Per mortem et sepulturam tuam, libera nos, Iesu.
Per resurrectionem tuam, libera nos, Iesu.
Per ascensionem tuam, libera nos, Iesu.
Per sanctissimae Eucharistiae institutionem tuam, libera nos, Iesu.
Per gaudia tua, libera nos, Iesu.
Per gloriam tuam, libera nos, Iesu.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, parce nobis, Iesu.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, exaudi nos, Iesu.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis, Iesu.

Iesu, audi nos.
Iesu, exaudi nos.

Oremus.

Domine Iesu Christe, qui dixisti: Petite et accipietis; quaerite et invenietis; pulsate et aperietur vobis; quaesumus, da nobis petentibus divinissimi tui amoris affectum, ut te toto corde, ore et opere diligamus et a tua numquam laude cessemus.

Sancti Nominis tui, Domine, timorem pariter et amorem fac nos habere perpetuum, quia numquam tua gubernatione destituis, quos in soliditate, tuae dilectionis instituis. Qui vivis et regnas in saecula saeculorum. R. Amen.



LETANÍAS DEL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS

Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesús, óyenos.
Jesús, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad que eres un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Jesús, hijo de Dios vivo, ten misericordia de nosotros.
Jesús, esplendor del Padre, ten misericordia de nosotros.
Jesús, pureza de la luz eterna, ten misericordia de nosotros.
Jesús, rey de la gloria, ten misericordia de nosotros.
Jesús, sol de justicia, ten misericordia de nosotros.
Jesús, hijo de la Virgen María, ten misericordia de nosotros.
Jesús, amable, ten misericordia de nosotros.
Jesús, admirable, ten misericordia de nosotros.
Jesús, Dios fuerte, ten misericordia de nosotros.
Jesús, padre del siglo futuro, ten misericordia de nosotros.
Jesús, mensajero del plan divino, ten misericordia de nosotros.
Jesús, todopoderoso, ten misericordia de nosotros.
Jesús, pacientísimo, ten misericordia de nosotros.
Jesús, obedientísimo, ten misericordia de nosotros.
Jesús, manso y humilde de corazón, ten misericordia de nosotros.
Jesús, amante de la castidad, ten misericordia de nosotros.
Jesús, amador nuestro, ten misericordia de nosotros.
Jesús, Dios de paz, ten misericordia de nosotros.
Jesús, autor de la vida, ten misericordia de nosotros.
Jesús, modelo de las virtudes, ten misericordia de nosotros.
Jesús, celoso de la salvación de las almas, ten misericordia de nosotros.
Jesús, nuestro Dios, ten misericordia de nosotros.
Jesús, nuestro refugio, ten misericordia de nosotros.
Jesús, padre de los pobres, ten misericordia de nosotros.
Jesús, tesoro de los fieles, ten misericordia de nosotros.
Jesús, pastor bueno, ten misericordia de nosotros.
Jesús, verdadera luz, ten misericordia de nosotros.
Jesús, sabiduría eterna, ten misericordia de nosotros.
Jesús, bondad infinita, ten misericordia de nosotros.
Jesús, camino y vida nuestra, ten misericordia de nosotros.
Jesús, alegría de los ángeles, ten misericordia de nosotros.
Jesús, rey de los patriarcas, ten misericordia de nosotros.
Jesús, maestro de los apóstoles, ten misericordia de nosotros.
Jesús, doctor de los evangelistas, ten misericordia de nosotros.
Jesús, fortaleza de los mártires, ten misericordia de nosotros.
Jesús, luz de los confesores, ten misericordia de nosotros.
Jesús, pureza de las vírgenes, ten misericordia de nosotros.
Jesús, corona de todos los santos, ten misericordia de nosotros.
Sednos propicio, perdónanos Jesús.
Sednos propicio, escúchanos, Jesús.
De todo mal, líbranos, Jesús.
De todo pecado, líbranos, Jesús.
De tu ira, líbranos, Jesús.
De las asechanzas del demonio, líbranos, Jesús.
Del espíritu impuro, líbranos, Jesús.
De la muerte eterna, líbranos, Jesús.
Del menosprecio de tus inspiraciones, líbranos, Jesús.
Por el misterio de tu santa encarnación, líbranos, Jesús.
Por tu natividad, líbranos, Jesús.
Por tu infancia, líbranos, Jesús.
Por tu vida divina, líbranos, Jesús.
Por tus trabajos, líbranos, Jesús.
Por tu agonía y pasión, líbranos, Jesús.
Por tu cruz y desamparo, líbranos, Jesús.
Por tus sufrimientos, líbranos, Jesús.
Por tu muerte y sepultura, líbranos, Jesús.
Por tu resurrección, líbranos, Jesús.
Por tu ascensión, líbranos, Jesús.
Por tu institución de la santísima Eucaristía, líbranos, Jesús.
Por tus gozos, líbranos, Jesús.
Por tu gloria, líbranos, Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los peca dos del mundo, perdónanos Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los peca dos del mundo, escúchanos Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los peca dos del mundo, ten misericordia Jesús.

Jesús, óyenos.
Jesús, escúchanos.

Oración

Señor nuestro Jesucristo, que has dicho: Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Te rogamos nos concedas el fuego de tu amor divino, para que Te amemos de palabra, de obra y de todo corazón y nunca cesemos de bendecir tu santo nombre.

Haz, oh Señor, que tengamos igualmente santo temor y amor a tu Santo Nombre, pues nunca privas de tu providencia a los que constituyes firmemente en tu dilección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R. Amén.