jueves, 30 de abril de 2009

Hoy como ayer, María es nuestra esperanza: comenzando el Mes de Mayo






CARTA ENCÍCLICA MENSE MAIO
DE SU SANTIDADPABLO VI


POR LA QUE SE INVITA A REZAR A LA VIRGEN MARIA EN EL PRÓXIMO MES DE MAYO

A los Venerables Hermanos, Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos, y demás Ordinarios de lugar en paz y comunión con la Sede Apostólica.

Venerables Hermanos:

Al acercarse el mes de mayo, consagrado por la piedad de los fieles a María Santísima, se llena de gozo Nuestro ánimo con el pensamiento del conmovedor espectáculo de fe y de amor que dentro de poco se ofrecerá en todas partes de la tierra en honor de la Reina del Cielo. En efecto, el mes de mayo es el mes en el que los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia.

Nos es por tanto muy grata y consoladora esta práctica tan honrosa para la Virgen y tan rica de frutos espirituales para el pueblo cristiano. Porque María es siempre camino que conduce a Cristo. Todo encuentro con Ella no puede menos de terminar en un encuentro con Cristo mismo. ¿Y qué otra cosa significa el continuo recurso a María sino un buscar entre sus brazos, en Ella, por Ella y con Ella, a Cristo nuestro Salvador, a quien los hombres en los desalientos y peligros de aquí abajo tienen el deber y experimentan sin cesar la necesidad de dirigirse como a puerto de salvación y fuente trascendente de vida?

Precisamente porque el mes de mayo nos trae esta poderosa llamada a una oración más intensa y confiada, y porque en él nuestras súplicas encuentran más fácil acceso al corazón misericordioso de la Virgen, fue tan querida a Nuestros Predecesores la costumbre de escoger este mes consagrado a María para invitar al pueblo cristiano a oraciones públicas siempre que lo requiriesen las necesidades de la Iglesia o que algún peligro inminente amenazase al mundo. Y Nos también, Venerables Hermanos, sentimos este año la necesidad de dirigir una invitación semejante al mundo católico. Si consideramos, en efecto, las necesidades presentes de la Iglesia y las condiciones en las que se encuentra la paz del mundo, tenemos serios motivos para creer que esta hora es particularmente grave y que urge más que nunca hacer una llamada a un coro de oraciones de todo el pueblo cristiano.

El primer motivo de este llamada Nos lo sugiere el momento histórico que atraviesa la Iglesia en este período del Concilio Ecuménico. Acontecimiento grande éste, que plantea a la Iglesia el enorme problema de su conveniente "aggiornamento" y de cuyo feliz resultado dependerá durante largo tiempo el porvenir de la Esposa de Cristo y la suerte de tantas almas. Aunque es verdad que gran parte del trabajo se ha realizado ya felizmente, os aguardan todavía en la próxima Sesión, que será la última, graves tareas. Seguirá después la fase no menos importante de la actuación práctica de las decisiones conciliares que requerirá además el esfuerzo conjunto del Clero y de los fieles para que las semillas sembradas durante el Concilio pueden alcanzar su efectivo y benéfico desarrollo. Para obtener las luces y las bendiciones divinas sobre este cúmulo de trabajo que nos aguarda, Nos colocamos nuestra esperanza en Aquella a quien hemos tenido la alegría de proclamar en la pasada Sesión Madre de la Iglesia. Ella. que nos ha prodigado su amorosa asistencia desde el principio del Concilio, no dejará ciertamente de continuarla hasta la fase final de los trabajos.

El otro motivo de nuestra llamada lo constituye la situación internacional, la cual, como bien sabéis, Venerables Hermanos, es más oscura e incierta que nunca, ya que nuevas y graves amenazas ponen en peligro el supremo bien de la paz del mundo. Como si nos hubiesen enseñado nada las trágicas experiencias de los dos conflictos que han ensangrentado la primera mitad de nuestro siglo, asistimos hoy al temible agudizarse de los antagonismos entre pueblos de algunas partes del globo y vemos repetirse el peligroso fenómeno del recurso a la fuerza de las armas y no a las negociaciones, para resolver las cuestiones que enfrentan las partes contendientes. Esto trae como consecuencia que pueblos de Naciones enteras estés sometidos a sufrimientos indecibles causados por las agitaciones, las guerrillas, las acciones bélicas que se van extendiendo e intensificando cada vez más y que podrían constituir de un momento a otro la chispa de un nuevo y horroroso conflicto.

Frente a estos graves peligros de la vida internacional, Nos, conscientes de Nuestros deberes de Pastor supremo, creemos necesario dar a conocer nuestras preocupaciones y el temor de que estas discordias se exacerben hasta el punto de degenerar en un conflicto sangriento. Suplicamos por tanto a los responsables de la vida pública que no permanezcan sordos a la inspiración unánime de la humanidad que quiere la paz. Que hagan cuanto está en su poder para salvar la paz amenazada. Que sigan promoviendo y favoreciendo los coloquios y negociaciones en todos los niveles y en todas las ocasiones para detener el peligroso recurso a la fuerza con todas sus tristísimas consecuencias materiales, espirituales y morales. Que se trate de determinar según las normas trazadas por el derecho, de verdadero anhelo de justicia y de paz para estimularlo y llevarlo a la práctica y que se confíe todo acto leal de buena voluntad, de modo que la causa positiva del orden prevalezca sobre el desorden y la ruina.

Desgraciadamente, en esta dolorosa situación debemos constatar con grande amargura que con mucha frecuencia se olvida el respeto debido al carácter sagrado e inviolable de la vida humana y se recurre a sistemas y actitudes que están en abierta oposición con el sentido moral y con las costumbres de un pueblo civilizado. A este respecto, no podemos menos de elevar nuestra voz en defensa de la dignidad humana y la civilización cristiana, para deplorar los actos de guerrilla, de terrorismo, la captura de rehenes, las represalias contra las poblaciones inermes. Delitos estos que, mientras hacen retroceder el progreso del sentido de lo justo y de lo humano, irritan cada vez más los ánimos de los contendientes y pueden obstruir los caminos todavía accesibles a la buena voluntad, o hacer al menos cada vez más difíciles las negociaciones que, si son francas y leales, deberían conducir a un razonable acuerdo.

Esta nuestra preocupación, como vosotros bien sabéis, Venerables Hermanos, está dictada no por intereses particulares, sino únicamente por el deseo de la defensa de cuantos sufren y del verdadero bien de todos los pueblos. Y nos abrigamos la esperanza de que la conciencia de la propia responsabilidad delante de Dios y delante de la historia, tenga fuerza suficiente para inducir a los Gobiernos a proseguir en su generoso esfuerzo para salvaguardar la paz y remover cuanto es posible los obstáculos reales y psicológicos que se interponen a un seguro y sincero entendimiento.

Pero la paz, Venerables Hermanos, no es solamente un producto nuestro humano, sino que es también, y sobre todo, un don de Dios. La paz desciende del Cielo; y reinará realmente entre los hombres, cuando finalmente hayamos merecido que nos la conceda el Señor Omnipotente, el cual, juntamente con la felicidad y la suerte de los pueblos, tiene también en sus manos los corazones de los hombres. Por esta razón, Nos procuraremos alcanzar este insuperable bien orando; orando con constancia y diligencia, como ha hecho siempre la Iglesia desde los primeros tiempos; orando de modo particular con el recurso a la intercesión y a la protección de la Virgen María que es la Reina de la paz.

A María, pues, Venerables Hermanos, se eleven en este mes mariano nuestras súplicas para implorar con crecido fervor y confianza sus gracias y favores. Y si las grandes culpas de los hombres pesan sobre la balanza de la justicia de Dios, y provocan su justo castigo, sabemos también que el Señor es el «Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación» (II Cor I, 3) y que María Santísima ha sido constituida por El administradora y dispensadora generosa de los tesoros de su misericordia. Que Ella, que ha conocido las penas y las tribulaciones de aquí abajo, la fatiga del trabajo cotidiano, las incomodidades y las estrecheces de la pobreza, los dolores del calvario, socorra, pues, las necesidades de la Iglesia y del mundo, escuche benignamente las invocaciones de paz que a Ella se elevan desde todas partes de la tierra, ilumine a los que rigen los destinos de los pueblos y obtenga de Dios, que domina los vientos y las tempestades, la calma también en las tormentas de los corazones que luchan entre sí, y «det nobis pacem in diebus nostris», la paz verdadera, la que se funda sobre las bases sólidas y duraderas de la justicia y del amor; justicia al más débil no menos que al más fuerte, amor que mantenga lejos los extravíos del egoísmo, de modo que la salvaguardia de los derechos de cada uno no degenere en olvido o negación del derecho de los otros.

Vosotros, pues, Venerables Hermanos, de la manera que creáis más conveniente, dad a conocer a vuestros fieles estos Nuestros deseos y exhortaciones y procurad que durante el próximo mes de mayo se promuevan en cada una de las Diócesis y cada una de las parroquias especiales oraciones y que particularmente se dedique la fiesta consagrada a María Reina, el 31 de mayo, a una solemne y pública súplica por los fines indicados. Sabed que Nos contamos de un modo especial con las oraciones de los inocentes y de los que sufren, puesto que son estas voces las que más que otras cualesquiera, penetran los cielos y desarman la justicia divina. Y ya que se ofrece esta oportuna ocasión no dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida a la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio de la cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: «Petite et dabitur vobis, quaerite et invenietis, pulsate et aperietur vobis» (Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán) (Mt.7,7).

Con estos sentimientos y con la esperanza de que nuestra exhortación encuentre prontos y dóciles los ánimos de todos, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todos vuestros fieles, impartimos de corazón la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 29 de abril de 1965, segundo año de Nuestro Pontificado.

PABLO VI




Han pasado más de cuatro décadas desde la publicación de este documento, pero la situación de la Iglesia y el mundo vuelve a hacer urgente el recurso a la Santísima Virgen con especiales plegarias en el mes de mayo que comienza mañana. Lo que el papa Montini dijo entonces, puede, mutatis mutandis, repetirse hoy. Benedicto XVI ha señalado claramente que el concilio Vaticano II es parte del magisterio de la Iglesia y que el "conveniente aggiornamento" que propuso debe llevarse a cabo según una hermenéutica de continuidad con la Tradición. En cuanto al panorama mundial, la inseguridad y la crisis son los dos flagelos que azotan a la humanidad, inmersa en un olvido general de fe y de valores. Al releer la encíclica de Pablo VI no podemos evitar pensar en las palabras de la Sagrada Escritura: "Nihil novum sub sole" (No hay nada nuevo bajo el sol). Pero lo que podría dar pie al pesimismo, es iluminado por la promesa de Aquella que dijo en Fátima: "Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará". A Ella encomendémonos en el entrañable mes de las flores con el homenaje del ramillete de nuestras ofrendas espirituales.



viernes, 3 de abril de 2009

Viernes de Pasión: los siete Dolores de la Santísima Virgen María


La devoción a los Dolores de la Santísima Virgen es muy antigua en la Iglesia. Algunos Padres antiguos evocaron los padecimientos de María durante la Pasión de su Divino Hijo, particularmente san Efrén Siro (en su Lamentatio Mariae) y san Agustín. El papa Sixto III (432-440), al consagrar la nueva Basílica Liberiana (Santa María la Mayor) , la dedicó a la Madre de Dios (Theotokós), celebrada bajo el peculiar título de Regina martyrum, la Reina de los Mártires, porque si alguien sufrió indecible martirio (aunque sin derramamiento de sangre) Ésa fue sin duda la mártir entre los mártires: la Madre del Mártir del Calvario.

En la Edad Media, San Bernardo también evocó en sus escritos los Dolores de la Virgen, pero la devoción a ellos se verá impulsada poderosamente por la Orden de los Siervos de María (Servitas), fundada en la basílica de la Santissima Annunziata de Florencia, por los Siete Varones en 1233. Tras un breve período de vida eremítica en el monte Senario, la primera comunidad se abrió también a la vida apostólica, difundiéndose por la Toscana. Por la época del II Concilio de Lyon (1274) su miembro más conspicuo, san Felipe Benicio (que había renunciado al Papado tras ser elegido para ocupar el solio de Pedro) salvó a la orden de la extinción que la amenazó debido a problemas de índole canónica. Finalmente los Servitas obtuvieron la aprobación pontificia del papa Benedicto XI en 1304.

Propia de esta orden –reconocida como mendicante en 1424 por Martín V– es la devoción de la corona dolorosa o septenario de los Siete Dolores de la Santísima Virgen, que se rezan mediante un rosario compuesto por siete septenas de siete cuentas cada una, separadas por medallas que representan cada una uno de los siete dolores. En lugar del pequeño crucifijo de la corona dominica, la corona servita lleva una medalla que representa la imagen de la Virgen Dolorosa en el anverso y la escena del Clavario en el reverso. Así pues, el Septenario consta de 7 padrenuestros y cuarenta y nueve avemarías, a los que suele añadirse una Salve y el Pater, Ave y Credo por las intenciones del Romano Pontífice. Se completa con las Letanías de Dolores, aprobadas en 1809 por Pío VII, aunque para uso privado, no constando entre las auténticas y públicas, consignadas en el Rituale Romanum y en el suplemento del Breviario.

No hay que confundir el Septenario de Dolores de los Servitas con la corona dolorosa de los Franciscanos, que se reza sobre el rosario seráfico los días de penitencia y durante la cuaresma en las órdenes que siguen la regla del Poverello de Asís. El rosario seráfico está compuesto por siete decenas y sirve tanto para la devoción de los Siete Gozos como para la de los Siete Dolores, aunque en este último caso, a diferencia de los servitas, la corona se compone de 7 padrenuestros y setenta avemarías (más dos suplementarias para completar el número de años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la Tierra). La corona del Septenario Servita ha de ser bendecida por un sacerdote de la orden, que también es el único facultado para bendecir el escapulario negro o escapulario de la Dolorosa. La sede de los Servitas se halla en la iglesia romana de San Marcelo en el Corso.

Existen en el calendario litúrgico dos festividades dedicadas a los Siete Dolores de la Santísima Virgen: la primera es la de hoy, el Viernes de Pasión, llamado también Viernes de Dolores; la segunda es el 15 de septiembre, día en que se conmemoran los Dolores Gloriosos de Nuestra Señora. Ambas fiestas comenzaron a propagarse ampliamente en el siglo XVII, aunque la primera ya era muy popular en plena época del Renacimiento. La segunda fue extendida a la Iglesia universal por el papa Pío VII en 1815, para conmemorar su liberación de la cautividad napoléonica. La duplicación de la misma advocación llevó recientemente a la supresión de la del Viernes de Dolores, pero se mantiene allí donde hay una devoción arraigada. En el formulario de la misa se halla la bellísima secuencia Stabat Mater, atribuida al franciscano espiritual fra Iacopone da Todi († 1306) y que ha sido fuente de inspiración de magníficas composiciones musicales, como las de Scarlatti, Vivaldi, Pergolesi y Rossini.

La consideración de los Siete dolores de la Virgen debe llevarnos a confiar en Nuestra Madre del Cielo como solidaria de las penas y aflicciones de sus hijos. Ella como ninguna sufrió terriblemente en su Inmaculado Corazón durante la Pasión de Jesús. Por eso nadie mejor que la Madre Dolorosa para comprender a los que sufrimos en este valle de lágrimas. Ella conforta a las madres que padecen por sus hijos y a los hijos que pasan por enfermedades y desgracias. Miremos hacia su corazón dolorido y atravesado, según la profecía de Simeón y saquemos fuerza de él para sobrellevar con cristiana paciencia las penalidades de esta vida, a fin de merecer la gloria del Paraíso.





Septenario de los Dolores de la Santísima Virgen


Por la señal…

Acto de contrición: Señor mío, Jesucristo, me arrepiento profundamente de todos mis pecados. Humildemente suplico vuestro perdón y, por medio de vuestra gracia, concededme ser verdaderamente merecedor de vuestro divino amor, por los méritos de vuestra Pasión y Muerte y por los dolores de vuestra Madre Santísima. Amén.

Ofrecimiento: Virgen Inmaculada, madre de Piedad, llena de aflicción y amargura, os suplico ilustréis mi entendimiento y encendáis mi voluntad para que con espíritu fervoroso contemple vuestros santos dolores y pueda conseguir las gracias prometidas a los que reflexionen sobre vuestros sufrimientos. Amén.


Primer Dolor
La profecía de Simeón

Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis con el anuncio de Simeón cuando dijo que vuestro corazón sería el blanco de la Pasión de vuestro Hijo. Haced, Madre Mía, que sienta en mi interior la Pasión de vuestro Hijo y haga míos vuestros dolores.

Pater y siete Avemarías


V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.


Segundo Dolor
La persecución de Herodes y la huida de la Sagrada Familia a Egipto

Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis en el destierro a Egipto, pobre y necesitada en aquel largo camino. Haced, Señora, que sea libre de las persecuciones de mis enemigos, especialmente de los que buscan perder mi alma.

Pater y siete Avemarías.

V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.


Tercer Dolor
La pérdida del Niño Jesús en el templo de Jerusalén durante tres días

Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis con la pérdida de vuestro Hijo durante tres días en Jerusalén. Concededme lágrimas de verdadera penitencia para llorar culpas por las veces que he perdido a mi Dios por el pecado y que lo halle para siempre.

Pater y siete Avemarías


V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.


Cuarto Dolor
El encuentro de la Santísima Virgen con Nuestro Señor Jesucristo,
cargado con la cruz, en la calle de la Amargura


Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis al ver a vuestro Hijo con la cruz sobre los hombros, caminando al Calvario con escarnio, baldones y caídas. Haz, Señora, que lleve con paciencia la cruz de la mortificación y de los trabajos cotidianos.

Pater y siete Avemarías

V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.



Quinto Dolor
La crucifixión de Jesús y su Santísima Madre al pie de la Cruz

Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis al ver morir a vuestro Hijo clavado en la cruz entre dos ladrones. Haced, Señora, que viva crucificado para el mundo para vencer mis vicios y pasiones.

Pater y siete Avemarías

V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.


Sexto Dolor
La Virgen teniendo en sus purísimos brazos el Sacratísimo
Cuerpo de Jesús descolgado de la Cruz

Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis al recibir en vuestros brazos aquel santísimo cuerpo difunto y desangrado, con tantas llagas y heridas. Haced, Señora, que mi corazón viva herido de amor y muerto a todo lo profano.

Pater y siete Avemarías

V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.


Séptimo Dolor
La sepultura de Jesús y la soledad de la Santísima Virgen

Me compadezco, Madre Dolorosa, por el dolor que padecisteis en vuestra soledad, sepultado ya vuestro Hijo. Haced, Señora, que yo quede sepultado a todo lo terreno, viva sólo para Vos y sienta en mi interior la Pasión de vuestro Hijo y vuestros dolores.

Pater y siete Avemarías

V. Madre llena de aflicción.
R. De Jesucristo las Llagas grabad en mi corazón.


Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubrid mi alma con vuestra protección maternal a fin de que, siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a su amor y obedezca a su divina voluntad. Quiero, Madre Mía, vivir íntimamente unido a vuestro Corazón que está totalmente unido al de tu Divino Hijo. Atadme a vuestro Corazón con vuestras virtudes y dolores y al Corazón de Jesús y protegedme siempre. Para más obligaros os saludo con una Salve Regina








Litaniae Dominae nostrae Dolorum


Kyrie, eleison.
Christe, eleison.
Kyrie, eleison.
Christe, audi nos.
Christe, exaudi nos.
Pater de caelis, Deus, miserere nobis.
Fili, Redemptor mundi, Deus, miserere nobis.
Spiritus Sancte Deus, miserere nobis.
Sancta Trinitas, unus Deus, miserere nobis.

Sancta Maria, ora pro nobis.
Sancta Dei Genetrix, ora pro nobis.
Sancta Virgo virginum, ora pro nobis.
Mater crucifixa, ora pro nobis.
Mater dolorosa, ora pro nobis.
Mater lacrimosa, ora pro nobis.
Mater afflicta, ora pro nobis.
Mater derelicta, ora pro nobis.
Mater desolata, ora pro nobis.
Mater filio orbata, ora pro nobis.
Mater gladio transverberata, ora pro nobis.
Mater aerumnis confecta, ora pro nobis.
Mater angustiis repleta, ora pro nobis.
Mater cruci corde affixa, ora pro nobis.
Mater maestissima, ora pro nobis.
Fons lacrimarum, ora pro nobis.
Cumulus passionum, ora pro nobis.
Speculum patientiae, ora pro nobis.
Rupes constantiae, ora pro nobis.
Ancora confidentiae, ora pro nobis.
Refugium derelictorum, ora pro nobis.
Clipeus oppressorum, ora pro nobis.
Debellatrix incredulorum, ora pro nobis.
Solatium miserorum, ora pro nobis.
Medicina languentium, ora pro nobis.
Fortitudo debilium, ora pro nobis.
Portus naufragantium, ora pro nobis.
Sedatio procellarum, ora pro nobis.
Recursus maerentum, ora pro nobis.
Terror insidiantium, ora pro nobis.
Thesaurus fidelium, ora pro nobis.
Oculus Prophetarum, ora pro nobis.
Baculus Apostolorum, ora pro nobis.
Corona Martyrum, ora pro nobis.
Lumen Confessorum, ora pro nobis.
Margarita Virginum, ora pro nobis.
Consolatio Viduarum, ora pro nobis.
Laetitia Sanctorum omnium, ora pro nobis.

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, parce nobis, Iesu.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, exaudi nobis, Iesu.
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis, Iesu.

Scribe, Domina, vulnera tua in corde meo, ut in eis legam dolorem et amorem: dolorem, ad sustinendum per te omnem dolorem: amorem, ad contemnendum per te omnem amorem. Respice super nos, libera nos, salva nos ab omnibus angustiis in virtute Iesu Christi.

V. Ora pro nobis, Virgo dolorossisima.
R. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.

Oremus. INTERVÉNIAT pro nobis, quaésumus, Dómine Jesu Christe: nunc, et in hora mortis nostrae, apud tuam cleméntiam beáta Virgo María Mater tua ; cujus sacratíssimam ánimam in hora tuae passiónis dolóris gládius pertransívit: Qui vivis... R. Amen.

Pater, Salve et Credo ad mentem Romani Pontificis






MISSA SEPTEM DOLORVM BEATAE MARIAE VIRGINIS


Introitus


(Ioann. XIX, 25) STABANT juxta Crucem Jesu mater ejus, et soror matris ejus María Cléophae, et Salóme, et María Magdaléne. Ibid., 26-27 Múlier, ecce fílius tuus: dixit Jesus ; ad discípulum autem: Ecce mater tua. V. Glória Patri. R. Amen. STABANT


Oratio


DEUS, in cujus passióne, secúndum Simeónis prophetíam, dulcíssimam ánimam gloriósae Vírginis et Matris Maríae dolóris gládius pertransívit: concéde propítius ; ut, qui transfixiónem ejus et passiónem venerándo recólimus, gloriósis méritis et précibus ómnium Sanctórum Cruci fidéliter astántium intercedéntibus, passiónis tuae efféctum felícem consequámur: Qui vivis... R. Amen.


Et fit Commemoratio Feriae, juxta Rubricas:

CÓRDIBUS nostris, quaésumus, Dómine, grátiam tuam benígnus infúnde: ut peccáta nostra castigatióne voluntária cohibéntes, temporáliter pótius macerémur, quam supplíciis deputémur aetérnis. Per Dóminum… R. Amen.


Epistola

Léctio libri Iudith (Iudith XIII, 22 et 23-25) BENEDÍXIT te Dóminus in virtúte sua, quia per te ad níhilum redégit inimícos nostros. Benedícta es tu fília a Dómino Deo excélso, prae ómnibus muliéribus super terram. Benedíctus Dóminus, qui creávit caelum et terram: quia hódie nomen tuum ita magnificávit, ut non recédat laus tua de ore hóminum, qui mémores fúerint virtútis Dómini in aetérnum, pro quibus non pepercísti ánimae tuae propter angústias et tribulatiónem géneris tui, sed subvenísti ruínae ante conspéctum Dei nostri.

Graduale

Dolorósa et lacrimábilis es, Virgo María, stans juxta Crucem Dómini Jesu Fílii tui Redemptóris. V. Virgo Dei Génitrix, quem totus non capit orbis, hoc Crucis fert supplícium, auctor vitae factus homo.



Tractus

Stabat sancta María, caeli Regína, et mundi Dómina, juxta Crucem Dómini nostri Jesu Christi dolorósa. V. (Thren. I, 12) O vos omnes, qui transítis per viam, atténdite, et vidéte, si est dolor sicut dolor meus.


Sequentia

STABAT Mater dolorósa
Juxta Crucem lacrimósa,
Dum pendébat Fílius.

Cujus ánimam geméntem
Contristátam et doléntem,
Pertransívit gládius.


O quam tristis et afflícta
Fuit illa benedícta
Mater Unigéniti !


Quae maerébat, et dolébat,
Pia Mater, dum vidébat
Nati poenas íncliti.


Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si vidéret
In tanto supplício ?

Quis non posset contristári,
Christi Matrem contemplári
Doléntem cum Fílio ?


Pro peccátis suae gentis
Vidit Jesum in torméntis,
Et flagéllis súbditum.


Vidit suum dulcem natum
Moriéndo desolátum,
Dum emísit spíritum.


Eja Mater, fons amóris,
Me sentíre vim dolóris
Fac, ut tecum lúgeam.


Fac, ut árdeat cor meum
In amándo Christum Deum,
Ut sibi compláceam.


Sancta Mater, istud agas,
Crucifíxi fige plagas
Cordi meo válide.


Tui nati vulneráti,
Tam dignáti pro me pati,
Poenas mecum dívide.


Fac me tecum pie flere,
Crucifíxo condolére,
Donec ego víxero.


Juxta Crucem tecum stare,
Et me tibi sociáre
In planctu desídero.


Virgo vírginum praeclára,
Mihi jam non sis amára:
Fac me tecum plángere.


Fac, ut portem Christi mortem,
Passiónis fac consórtem,
Et plagas recólere.


Fac me plagis vulnerári,
Fac me Cruce inebriári,
Et cruóre Fílii.


Flammis ne urar succénsus,
Per te, Virgo, sim defénsus
In die judícii.


Christe, cum sit hinc exíre,
Da per Matrem me veníre
Ad palmam victóriae.


Quando corpus moriétur,
Fac, ut ánimae donétur
Paradísi glória. Amen.

Evangelium

+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem (Ioann. XIX, 25-27) IN illo témpore: Stabant juxta crucem Jesu mater ejus, et soror matris ejus María Cléophae, et María Magdaléne. Cum vidísset ergo Jesus matrem, et discípulum stantem, quem diligébat, dicit matri suae: Múlier, ecce fílius tuus. Deínde dicit discípulo: Ecce mater tua. Et ex illa hora accépit eam discípulus in sua. Credo

Offertorium

(Ier. XVIII, 20) Recordáre, Virgo Mater Dei, dum stéteris in conspéctu Dómini, ut loquáris pro nobis bona, et ut avértat indignatiónem suam a nobis.


Secreta

OFFÉRIMUS tibi preces et hóstias, Dómine Jesu Christe, humíliter supplicántes: ut, qui Transfixiónem dulcíssimi spíritus beátae Maríae Matris tuae précibus recensémus ; suo, suorúmque sub Cruce Sanctórum consórtium multiplicáto piíssimo intervéntu, méritis mortis tuae, méritum cum beátis habeámus: Qui vivis... R. Amen.

Pro Feria:

PRAESTA nobis, miséricors Deus: ut digne tuis servíre semper altáribus mereámur ; et eórum perpétua participatióne salvári. Per Dóminum... R. Amen.


Praefatio de beata Maria Virgine


VERE dignum et justum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: Et te in Transfixione beátae Maríae semper Vírginis collaudáre, benedícere et praedicáre. Quae et Unigénitum tuum Sancti Spíritus obumbratióne concépit: et virginitátis glória permanénte, lumen aetérnum mundo effúdit, Jesum Christum Dóminum nostrum. Per quem majestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestátes. Caeli caelorúmque Virtútes, ac beáta Séraphim, sócia exsultatióne concélebrant. Cum quibus et nostras voces, ut admítti júbeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes: Sanctus...


Communio

Felíces sensus beátae Maríae Vírginis, qui sine morte meruérunt martýrii palmam sub Cruce Dómini.


Postcommunio

SACRIFÍCIA, quae súmpsimus, Dómine Jesu Christe, Transfixiónem Matris tuae et Vírginis devóte celebrántes: nobis ímpetrent apud cleméntiam tuam omnis boni salutáris efféctum: Qui vivis... R. Amen.

Pro Feria:


SUMPTI sacrifícii, Dómine, perpétua nos tuítio non derelínquat: et nóxia semper a nobis cuncta depéllat. Per Dóminum… R. Amen.


Evangelium Feriae:

+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Ioánnem (Ioann. XI, 47-54) IN illo témpore: Collegérunt pontífices et pharisaéi concílium advérsus Jesum, et dicébant: Quid fácimus, quia hic homo multa signa facit ? Si dimíttimus eum sic, omnes credent in eum: et vénient Románi, et tollent nostrum locum, et gentem. Unus autem ex ipsis, Cáiphas nómine, cum esset póntifex anni illíus, dixit eis: Vos nescítis quidquam, nec cogitátis quia éxpedit vobis, ut unus moriátur homo pro pópulo, et non tota gens péreat. Hoc autem a semetípso non dixit: sed cum esset póntifex anni illíus, prophetávit, quod Jesus moritúrus erat pro gente, et non tantum pro gente, sed et ut fílios Dei, qui erant dispérsi, congregáret in unum. Ab illo ergo die cogitavérunt, ut interfícerent eum. Jesus ergo jam non in palam ambulábat apud Judaéos: sed ábiit in regiónem juxta desértum, in civitátem, quae dícitur Ephrem, et ibi morabátur cum discípulis suis. R. Deo gratias.