lunes, 31 de agosto de 2009

MES DE SEPTIEMBRE EN HONOR DE LOS SANTOS ÁNGELES



Este mes de septiembre está dedicado a honrar a los Santos Ángeles, ya que en él se celebra la gran festividad de san Miguel Arcángel, originalmente dedicada a todos los bienaventurados espíritus celestiales (como se puede ver por la colecta de la misa del 29 de septiembre). Ya el Credo asegura su existencia. Así, en el Símbolo niceno-constantinopolitano rezamos: “Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem clei et terrae, visibilium ómnium et invisibilium” (Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible). En la Biblia aparecen los espíritus angélicos del principio al fin, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Se nos presentan como mensajeros de Dios, encargados de importantes misiones en orden a la economía de salvación y auxiliadores de los hombres.

Un ángel se aparece a Abraham para impedirle sacrificar a su hijo Isaac; dos visitan en Sodoma a Lot para advertirle que huya de la ciudad destinada a la destrucción; Jacob ve una escala por la que ascienden y descienden del cielo los ángeles de Dios; el arcángel Miguel se muestra a Josué ante Jericó y es señalado por el profeta Daniel como el protector del pueblo de Israel; el arcángel Gabriel se aparece al mismo profeta para revelarle los misterios de los últimos tiempos; el arcángel Rafael acompaña y protege al joven Tobías en sus vicisitudes; el Evangelio de san Lucas habla de la embajada del arcángel Gabriel a la Santísima Virgen; los ángeles aparecen sirviendo a Jesús después de sus tentaciones en el desierto; otro ángel le consuela en la agonía de Getsemaní; dos ángeles anuncian la Resurrección a las pías mujeres; otros dos anuncian a los discípulos la Parusía después de la Ascensión de Cristo; un ángel libera a san Pedro de su prisión; en el Apocalipsis aparecen precediendo la Segunda Venida de Cristo y acompañándole en santas miríadas en su triunfo sobre el Anticristo, la Bestia y sus secuaces.

¿Cuál es la naturaleza de los ángeles? Son puros espíritus, dotados de entendimiento y voluntad. Pero a diferencia de nosotros los seres humanos, no conocen discursivamente sino por inmediatamente por intuición. Su voluntad es asimismo mucho más perfecta que la nuestra. Una vez que han formado una intención la ponen en acto sin marcha atrás y sin desistimiento. Cada ángel es único y constituye una especie en sí misma. Evidentemente, no estando dotados de cuerpo material, no tienen forma ni sexo, aunque al manifestarse a los hombres adquieren forma humana para que puedan éstos percibir por los sentidos lo que Dios quiere comunicarles por medio de sus mensajeros. Los ángeles ejercen poder sobre las cosas materiales y las fuerzas de la naturaleza por su pura acción espiritual.

Los ángeles tienen su propia historia, que viene a ser como nuestra “prehistoria espiritual”. Antes de la creación material, Dios produjo de la nada millones y millones de espíritus para su mayor gloria y su servicio. Estableció entre ellos una jerarquía de tres órdenes divididos en nueve coros. El primer orden fue dedicado a Dios Padre, constando de tres jerarquías: serafines, querubines y tronos; el segundo orden fue dedicado a Dios Hijo, estando compuesto de otras tres jerarquías: dominaciones, potestades y virtudes; el tercer orden, en fin, fue dedicado al Espíritu Santo y quedó conformado de otras tres jerarquías: los principados, los arcángeles y los ángeles. Se cree que Dios sometió a sus ángeles a una prueba (algunos sostienen que se trató de la revelación de la creación del hombre). El más hermoso de los serafines, llamado Luzbel, se rebeló contra su Creador al grito de “Non serviam!” (No obedeceré) y arrastró tras de sí a la tercera parte de los espíritus celestiales, entablándose una batalla en el cielo con los ángeles fieles capitaneados por un humilde arcángel: san Miguel, el cual respondió al soberbio serafín con la exclamación que le dio el nombre “Quis ut Deus?” (Quién como Dios?). Luzbel y sus secuaces fueron arrojados al tártaro, siendo privados de la visión de Dios por toda la eternidad. El acto volitivo de rebelión fue instantáneo y no cupo arrepentimiento. Así fue como surgieron los demonios, con Lucifer o Satanás, como su jefe.

Dios creó entonces el mundo material, haciendo rey de él al ser humano, al que creo a su imagen y semejanza, dotado de entendimiento y voluntad, aunque sometido a las limitaciones de la carne. Los hizo varón y hembra para que fueran un icono de la Trinidad. También les puso una prueba, que no superaron, pero, a diferencia de los ángeles rebeldes (cuya voluntad era inflexible y como fosilizada en el mal), les ofreció la Redención en su Hijo, que se encarnaría para salvar a la raza humana. Ciertos teólogos sostienen que Dios tiene previsto cubrir con los elegidos de entre los hombres los puestos dejados vacantes por los ángeles caídos. Éstos intentan por todos los medios tentar a aquéllos y arrastrarlos a la común condenación. Pero Dios ha dispuesto que los ángeles buenos ayuden a sus criaturas humanas a perseverar en su gracia y salvarse. Ha dispuesto un ángel guardián para cada hombre; pero además, otros ángeles protegen las naciones, las sociedades, las ciudades y las comunidades humanas. Nunca sabremos en su justa medida hasta qué punto estamos en deuda con nuestros hermanos mayores de la creación; por eso hemos de invocarlos con frecuencia, honrarlos y darles gracias por su asistencia tanto espiritual como temporal, pues no sólo nos asisten en nuestras tentaciones, sino también en nuestros peligros materiales.

El día de la semana dedicado especialmente a los Santos Ángeles es el martes. Procuremos santificarlo siempre con ejercicios de piedad, especialmente oyendo la Santa Misa en su honor y encomendando a Dios nuestras intenciones por su intermedio. En este mes de septiembre, además, dediquémonos a profundizar en la teología de los ángeles, para lo que recomendamos la lectura de un clásico: el tratado De coelesti hierarchia (Sobre la jerarquía celestial) del Pseudo-Dionisio Areopagita. Lamentablemente no se encuentra todavía en la red en su traducción castellana, pero vale la pena comprar el volumen de las Obras Completas de este autor publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).

CORONA ANGÉLICA O DE SAN MIGUEL





Veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium, et tui amoris in eis ignem accende.
(Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.)

V. Emitte Spiritum tuum et creabuntur.
(Envía tu Espíritu y todo será creado.)
R. Et renovabis faciem terrae.
(Y renovarás la faz de la tierra.)

Oremus. Deus, qui corda fidelium Sancti Spiritus illustratione docuisti: da nobis in eodem Spiritu recta sapere, et de eius semper consolatione gaudere. Per Christum Dominum nostrum. R. Amen.
(Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones, para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.)

Sancte Michaël Archangele, defende nos in praelio. Contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. Imperet illi Deus, supplices deprecamur. Tuque princeps militiae caelestis, Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo divina virtute in infernum detrude. Amen. (Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tu príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el divino Poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo, para la perdición de las almas. Amén).


SALUTACIÓN I

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del celeste coro de Serafines, suplicamos al Señor nos haga dignos de una llama de perfecta caridad. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al primer coro angélico.


SALUTACIÓN II

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del coro celeste de Querubines, quiera el Señor concedernos la gracia de abandonar el camino del pecado, y de correr por el de la perfección cristiana. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al segundo coro angélico.


SALUTACIÓN III
Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del sagrado coro de los Tronos, infunda el Señor en nuestros corazones un espíritu de verdadera y sincera humildad. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al tercer coro angélico.


SALUTACIÓN IV

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del coro celeste de las Dominaciones, quiera el Señor concedernos la gracia de poder dominar nuestros sentidos y corregir las pasiones depravadas. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al cuarto coro angélico.


SALUTACIÓN V

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del celeste coro de las Potestades, dígnese el Señor librar nuestras almas de las asechanzas y tentaciones del demonio. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al quinto coro angélico.


SALUTACIÓN VI

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del coro de las admirables Virtudes celestiales, no permita el Señor que caigamos en las tentaciones, sino que nos libre de todo mal. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al sexto coro angélico.


SALUTACIÓN VII

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del coro celeste de los Principados, dígnese Dios llenar nuestras almas del espíritu de verdadera y sincera obediencia. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al séptimo coro angélico.


SALUTACIÓN VIII

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del coro celeste de los Arcángeles, quiera el Señor concedernos el don de la perseverancia en la fe y en las obras buenas, para que podamos conseguir la gloria del paraíso. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al octavo coro angélico.


SALUTACIÓN IX

Por intercesión del glorioso arcángel san Miguel y del coro celeste de todos los Ángeles, dígnese el Señor concedernos que nos guarden en la presente vida mortal, y después nos conduzcan a la gloria eterna de los cielos. Amén.

Un Padrenuestro y tres Avemarías al nono coro angélico.

A continuación se rezan cuatro Padrenuestros: el primero a San Miguel, el segundo a san Gabriel, el tercero a san Rafael, y el cuarto a nuestro Ángel Custodio.

Antífona. Gloriosísimo príncipe san Miguel arcángel, cabeza y jefe de los ejércitos celestiales, depositario de las almas, vencedor de los espíritus rebeldes, doméstico en la real morada de Dios, nuestra guía admirable después de Jesucristo, y de excelencia y virtud sobrehumanas, dignaos librar de todo mal a todos los que acudimos a Vos con confianza, y haced por medio de vuestra protección incomparable que adelantemos cada día en servir fielmente a nuestro Dios.

V. Rogad por nosotros, oh gloriosísimo San Miguel arcángel, príncipe de la Iglesia de Jesucristo.
R. Para que seamos dignos de alcanzar sus promesas.

Oración. Omnipotente y sempiterno Dios, que con un prodigio de bondad y misericordia para la salvación de todos los hombres elegisteis por príncipe de vuestra Iglesia al gloriosísimo san Miguel arcángel; os suplicamos nos hagáis dignos de que con su benéfica protección nos libre de todos nuestros enemigos, para que ninguno de ellos nos moleste en la hora de nuestra muerte, sino que seamos conducidos por él a la presencia de vuestra divina Majestad. Por los méritos de Nuestros Señor Jesucristo. R. Amén.




LETANÍAS DE LOS SANTOS ÁNGELES

Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.Cristo, escúchanos.
Dios Padre, Creador de los Angeles,
Dios Hijo, Señor de los Angeles,
Dios Espíritu Santo, Vida de los Ángeles,
Santísima Trinidad, delicia de todos los Ángeles,
Santa María, Reina de los Ángeles, ruega por nosotros.

Santos Serafines, ángeles del Amor Purísimo de Dios, rogad por nosotros.
Santos Querubines, ángeles guardianes de la Ley de Divina,
Santos Tronos, ángeles sobre los que se asienta la gloria del Altísimo,
Santas Dominaciones, ángeles ejecutores de la voluntad del Señor,
Santas Potestades, ángeles que presidís la armonía de la creación,
Santos Virtudes, ángeles que inspiráis a obrar el bien,
Santos Principados, ángeles que cuidáis los pueblos y naciones,
Santos Arcángeles, ángeles de las grandes misiones de Dios,
Santos Ángeles, mensajeros de Dios y custodios de los hombres,

San Miguel Arcángel, vencedor de Lucifer, ruega por nosotros.
San Miguel Arcángel, ángel de la fe y de la humildad,
San Miguel Arcángel, preservador de la santa unción,
San Miguel Arcángel, protector del Pueblo de Dios,
San Miguel Arcángel, patrono de los moribundos,
San Miguel Arcángel, gran príncipe batallador de los ejércitos celestes,
San Miguel Arcángel, compañero de las almas de los difuntos,

San Gabriel Arcángel, santo Ángel de la Encarnación, ruega por nosotros.
San Gabriel Arcángel, fiel mensajero de Dios,
San Gabriel Arcángel, ángel de la esperanza y de la paz,
San Gabriel Arcángel, protector de todos los siervos y siervas de Dios,
San Gabriel Arcángel, guardián del santo Bautismo,
San Gabriel Arcángel, cultivador de las vocaciones,
San Gabriel Arcángel, patrono de los sacerdotes,

San Rafael Arcángel, ángel del Amor divino, ruega por nosotros.
San Rafael Arcángel, vencedor del enemigo malo,
San Rafael Arcángel, auxiliador en la gran necesidad,
San Rafael Arcángel, favorecedor del santo matrimonio,
San Rafael Arcángel, ángel del dolor y de la curación,
San Rafael Arcángel, patrono de los médicos,
San Rafael Arcángel, protector de los caminantes y viajeros,

Grandes Arcángeles Santos, que servís ante el divino acatamiento, rogad por nosotros.
Grandes Arcángeles Santos, turiferarios de la gloria de Dios,
Grandes Arcángeles Santos, que hacéis subir al cielo las oraciones de los justos,

Ángeles para ayuda de los hombres, rogad por nosotros.
Santos Ángeles Custodios,
Auxiliadores en nuestras necesidades,
Luz en nuestra oscuridad,
Apoyo en todo peligro,
Exhortadores de nuestra conciencia,
Intercesores ante el trono de Dios,
Escudo de defensa contra el enemigo maligno,
Constantes compañeros nuestros,
Segurísimos conductores nuestros,
Fidelísimos amigos nuestros,
Sabios consejeros nuestros,
Ejemplos de obediencia,
Consoladores en el abandono,
Espejo de humildad y de pureza,
Ángeles de nuestras familias,
Ángeles de nuestros Sacerdotes y pastores,
Ángeles de nuestros niños,
Ángeles de nuestra tierra y Patria,
Ángeles de la Santa Iglesia,

Todos los Santos Ángeles y Arcángeles, rogad por nosotros
Todos los coros de los bienaventurados espíritus celestiales, interceded por nosotros.

Asistidnos en la vida (repítase)
Asistidnos en la muerte (repítase)
En el Cielo os lo agradeceremos (repítase)

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.

V. Dios mandó a sus Ángeles que cuiden de ti.
R. Los cuales te guardarán en todos sus caminos

Oremos. Oh Dios, que con admirable orden distribuyes los oficios de los ángeles y de los hombres: haz propicio que nuestra vida sea protegida en la tierra por aquellos que, sirviéndote, te asisten siempre en el cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.


JACULATORIA A SAN MIGUEL

Sancte Michaël Archangele, defende nos in proelio, ut non pereámus in tremendo iudicio. (San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla para que no perezcamos en el tremendo juicio.)


INVOCACIÓN AL ÁNGEL DE LA GUARDA

Angele Dei, qui custos es mei, me tibi commíssum pietáte supérna, illúmina, custódi, rege et gubérna. Amen. (Ángel de Dios, que eres mi custodio: ilumíname, guárdame, guíame y gobiérname, a mí confiado a ti por la piedad divina Amén.)

Ángel de mi guarda,
dulce compañía:
no me desampares
ni de noche ni de día,
ni me dejes solo,
que me perdería.







viernes, 21 de agosto de 2009

Novena a Santa Rosa de Lima, Patrona del Perú, las Indias y Filipinas


Hoy comienza la novena de preparación a la festividad de Santa Rosa de Lima, celestial patrona del Perú, América y Filipinas. Ofrecemos la vida extraordinaria de esta virgen limeña, que fue la primera flor de santidad que dio el vergel del Nuevo Mundo sembrado por España con las semillas de nuestra santa religión católica. También publicamos su novena y unas letanías para uso privado consistentes en 31 invocaciones en memoria de los 31 años que vivió sobre la Tierra.


Isabel Flores de Oliva nació el 30 de abril de 1586, en la festividad de santa Catalina de Siena, a la que profesaría a lo largo de su vida una gran devoción. Fueron sus padres el capitán de arcabuceros Gaspar Flores, natural de Puerto Rico e hijo de españoles “cristianos viejos”, y la limeña María de Oliva, también criolla o acaso con algún grado de mestizaje. Era la cuarta de los diez vástagos del matrimonio que sobrevivieron a la infancia (otros tres nacieron muertos o murieron muy pequeños). Se la bautizó con el nombre de su abuela Isabel de Herrera, pero pronto se la comenzó a llamar Rosa por haberla visto en la cuna las que la cuidaban con el rostro bellísimo y encarnado como esta flor.

Era una niña muy hermosa y de rubios cabellos, de los cuales se preciaba y que cuidaba con esmero. Cuando tenía cinco años, jugando con su hermano Hernando, éste se los ensució, lo cual provocó el enojo de Rosa, que se oyó decir: “Si te preocupas por tus cabellos, que sepas que por ellos van muchas almas al infierno”. Estas palabras resonaron en su alma como un trueno y desde entonces formó la resolución de apartarse de las vanidades del mundo y de hacer vida de penitencia, formulando voto de perpetua virginidad. Ayudaba en las labores domésticas a su madre y a las criadas, pues la situación económica del hogar de los Flores de Oliva era más bien modesta. Vivían en una casa grande con huerto, a espaldas del hospital del Espíritu Santo “para mareantes” y con fachada que daba al río Rímac.

Rosa había sido instruida en el catecismo por su abuela Isabel y tuvo el ejemplo próximo de su hermana Bernardina, cinco años mayor que ella y joven de extraordinaria piedad. Estas dos mujeres influyeron decisivamente en su formación y a ambas las perdería en su juventud. Era muy fervorosa y aprendió a rezar por medio de jaculatorias que podía repetir día y noche, incluso cuando se hallaba enfrascada en la costura, en la que era muy hábil. Su invocación preferida -y que ella misma compuso- era: "Jesús sea bendito y sea con mi alma. Amén" y la interiorizó de tal modo que hasta durmiendo la decía. Siendo de siete años decidió que en adelante la llamasen sólo Rosa como quería su madre, al cual nombre añadió el apelativo de Santa María. Cuando tuvo 10 años hizo voto de ayunar a pan y agua todos los miércoles, viernes y sábados, días tradicionales de penitencia.

En 1596, su padre dejó la plaza de arcabucero y aceptó la administración de un obraje en el poblado indígena de Quives, en la serranía de Lima, camino de Canta. Allí se trasladó por cuatro años con toda su familia. En febrero de 1598 pasó por el lugar el santo arzobispo Toribio de Mogrovejo, en el curso de una de sus grandes visitas pastorales a su inmensa arquidiócesis limense, administrando el sacramento de la confirmación a los niños lugar, entre ellos a Rosa, que contaba casi doce años y que tomó entonces el nombre que le era tan querido de Rosa de Santa María. Tuvo por padrino al clérigo Francisco González, doctrinero de Quives. Fue poco después de este episodio cuando murió su amada hermana Bernardina, que había sido confirmada con ella, siendo enterrada en el pueblo. También fue por esta época cuando, entregada a la oración mental, descubrió la oración de unión, entrando así Rosa en la vivencia mística que ya no la abandonaría nunca.

Volvió a Lima convertida en lo que en la época se llamaba "doncella". A pesar de los ayunos y penitencias a los que se entregaba, conservaba una belleza que se hacía notar y comenzaron a acercarse los pretendientes, con la natural complacencia de su madre que la quería bien casada. Rosa era una joven hacendosa y diligente, con un gran sentido de la economía y una afición típicamente limeña a la cocina. Preparaba para los demás viandas apetitosas, de las que se privaba por espíritu de sacrificio. Pero no se sentía de ningún modo inclinada al matrimonio y tenía siempre presente el voto que de niña había hecho a Dios. Sus abstinencias y ayunos desesperaban a su progenitora, que la castigaba con dureza para apartarla de tales prácticas que juzgaba dañinas para su salud y poco propicias para hallar marido. Cuando le iban a presentar a algún muchacho, afeaba su rostro frotándoselo con guindillas o entumeciéndoselo mediante lavados con agua muy fría.

Tendía a la vida anacorética, por lo cual nunca salía de casa de sus padres para pasear o asistir a festejos, sino tan sólo para ir a misa y confesarse en la vecina iglesia de los Dominicos. Gozando de aposento propio con sus enseres, construyó dentro de él, con tabiques de madera, un cubículo estrecho al que llamaba su “celdita” y donde se recogía en oración. Su madre, al ver su comportamiento, acabó por comprender que Rosa era especial y diferente de las otras jóvenes. No es que estuviera loca, pero sí era rara, así que desistió de su porfía por que conociera y tratara a varones que pudieran desposarla y la dejó hacer, aunque siempre controlando que no se pasase en sus penitencias, que fueron muchas. Quería vivir como religiosa y quiso vestir el hábito de las clarisas, que llevó desde 1603 hasta que tomó el de terciaria dominica tres años más tarde. La devoción hacia el sayal pardo franciscano persistiría en ella al llevarlo como túnica en lugar de camisa bajo el hábito de santa Catalina hasta su muerte.

En realidad, Rosa había creído tener vocación de monja y quiso ingresar en el recién fundado monasterio de Santa Clara, para lo cual contó con el apoyo de doña María de Quiñones, sobrina del arzobispo Mogrovejo, pero María de Oliva se oponía a que su hija profesase en el claustro. Ésta encomendó el asunto a la Santísima Virgen pidiéndole su bendición para partir, pero estando postrada ante su imagen en la iglesia del Rosario, sintió de pronto todo su cuerpo inmovilizado y como tullido y así permaneció hasta que le vino el pensamiento que quizás no era voluntad de Dios que en ese momento se hiciese monja. Ella atendía en casa a sus mayores, especialmente a su abuela tullida y a su padre, ya anciano y frecuentemente enfermo. También su madre, a quien empezaban a fallarle las fuerzas, la necesitaba para ayudarle en la educación de sus hermanos menores. Rosa pensó entonces que entraría en el monasterio más tarde, cuando Dios le diera una señal inequívoca, y siguió inclinada hacia la orden clarisa.

Estando un día bordando con otras jóvenes, apareció una paloma blanca que voló a sus pies y subió hasta sus pechos, deteniéndose en el lado izquierdo donde dibujó con el pico un corazón blanco, hecho que fue interpretado por Rosa como la voluntad de Dios de que se hiciese beata dominica. Así pues, el 10 de agosto de 1606, a los 20 años de edad, le fue impuesto el hábito (saya y escapulario blanco y manto negro) de terciaria por fray Juan Alonso Velásquez en el convento de los dominicos. A partir de ese día observó escrupulosamente las constituciones de la Orden de Santo Domingo, teniendo dada obediencia a un fraile de la iglesia del Rosario. Siendo terciaria, Rosa era como una religiosa pero podía seguir viviendo en su casa. Ello no impidió que siguiera considerando la idea de hacerse monja en un futuro. Bajo el hábito vistió el cilicio, una especie de vestidura áspera hecha de cerdas de buey o de caballo que bajaba desde los hombros hasta por debajo de las rodillas usada para mortificación de los sentidos. Lo llevó la mayor parte de su vida.

Desde niña fue Rosa dada a la penitencia. Ayunaba, como sabemos, tres veces por semana y evitaba la carne en virtud de un voto condicional que hizo a los quince años de no comerla a menos que se lo estorbasen su madre, sus médicos o sus confesores. A veces se pasaba días enteros sin comer y hubo una cuaresma en la que se alimentó sólo de pepitas de naranja y hiel. Su mayor problema en este aspecto consistía en que la mesa de su casa siempre estaba bien provista y la madre era muy exigente en materia de comidas. Rosa, la mayor parte de las veces, hacía como que comía, repartiendo sus raciones entre sus hermanos menores, lo cual encendía la ira de su progenitora. No era una persona inapetente, sino que se sentaba a la mesa y se mortificaba privándose, por amor de Dios, de platos que hubiera comido seguramente de buena gana. Su bebida habitual era el agua y ésta entibiada para mayor penitencia. Ocasionalmente bebía gazpachos, chocolate o yerba del Paraguay (mate). Los viernes, para imitar a Nuestro Señor sobre la Cruz, tomaba hiel. Lo extraordinario es que, a pesar de tantas privaciones, siempre mostraba un semblante lleno y rozagante, hasta el punto que, una vez, al verla en la iglesia por Pascua, un caballero no pudo por menos de exclamar con ironía: “¡Qué mortificada sale la monja de esta Cuaresma!”.

Rosa dormía sólo dos horas cada día y lo hacía en camas que parecían más objetos de tortura que instrumentos de descanso. La primera que tuvo estaba hecha de troncos, pero desiguales, de manera que el cuerpo yacía en ella como descoyuntado. En la parte alta había un hueco en el que encajaba la cabeza. La segunda cama la hizo fabricar de tejas: era una especie de barbacoa hecha de cañas gruesas en cuyas junturas insertó trozos de tejas, tiestos o botijos de arcilla, lo cual provocaba que acostarse en ella fuera un verdadero suplicio. La almohada era un adobe o una piedra. Su madre le ordenó cambiarla por una hecha de lana embutida en tela. Para cumplir con la obediencia y al mismo tiempo con su deseo de penitencia, Rosa embutió de tal manera la lana que la almohada resultante era tan dura como la primera. La cama de tejas era tan dolorosa que, a veces, la rehuía y dormía sentada en una silla. Para evitar dormirse más de la cuenta, ataba sus cabellos a un clavo a cierta altura de la pared, de modo que si se recostaba vencida por el sueño, los cabellos tiraban de su cabeza y debía volver a su posición erguida.

Otras penitencias consistían en: ponerse guantes de piel de buitre (que le dejaba las manos en carne viva), darse disciplina con unos latiguillos de hilos a los que estaban atados garfios y aplicarse cilicios de metal en brazos y piernas. También entretejió una corona de púas a imitación de la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo, que se la ponía bajo las tocas y sujetaba con una cintas, de las que tiraba para procurarse más dolor. Es famosa asimismo la cadena de la que ciñó su cintura y que cerró mediante un candado, cuya llave dio a su confesor en custodia para no tener que quitársela por propia voluntad. El hierro de la cadena penetró en sus carnes, causándole una gran infección que motivó que sus confesores le mandasen quitársela. Al hacerlo, la criada que la ayudó a abrir la cadena dio fe que se hallaba mojada, sin duda por la sangre de Rosa, lo que no pudo saber con certeza por ser de noche. La verdad es que, como dijo su confesor y biógrafo fray Pedro de Loayza, “no hay santa en el cielo más grande en penitencia que sor Rosa de Santa María”.

Rosa amaba la naturaleza y pasaba muchas horas en el jardín de casa de sus padres, dedicada a alabar a Dios con su música (sabía cantar y tañer algunos instrumentos) y a contemplar las maravillas de su creación. Era muy delicada con las demás criaturas, incluso con las más molestas, como los mosquitos, a los que, cual otro san Francisco de Asís, aleccionaba para que honrasen a su Hacedor. En este huerto construyó una ermita de adobes (que aún puede verse en el hoy monasterio de Santa Rosa de los Padres), donde se recluía para huir de las visitas y darse penitencia. Cada vez que salía al huerto para ir a su ermita hablaba con los árboles para que también ellos dieran gloria a Dios y éstos le respondían agitando sus ramas. Allí tuvo lugar el milagro de las clavellinas: un día que era la fiesta de santa Catalina de Siena, no hallando flor alguna para engalanar su altar, Rosa rezó en su interior y al punto brotó una hermosa vara con tres claveles. También se fabricó una pesada cruz de madera, con la que recorría las estaciones del Vía Crucis alrededor del huerto.

No se crea, sin embargo, que Rosa descuidaba sus deberes de estado por darse a las prácticas piadosas. Era muy aplicada en las labores domésticas, y muy hábil en las labores manuales. Con éstas ayudaba al sustento de su casa y le quedaba, además, para hacer sus caridades. En el vecino hospital del Espíritu Santo acudía a los pacientes. Pero también cuidaba de los indios y negros enfermos, especialmente los que servían en su casa, a los que trataba con exquisita misericordia. Ella misma preparaba sus remedios muchas veces y se hacía con medicinas compradas de su peculio. Confiaba en la acción benéfica del Niño Jesús, al que llamaba su “Doctorcito”. Tuvo especial deferencia hacia los esclavos negros por no haber todavía en este tiempo un hospital para ellos, que a menudo morían descuidados y en medio del abandono. Todos concordaban en que Rosa era de una gran caridad y amor para con el prójimo. Pero, además, se ocupaba de su bien espiritual, y cuando sabía que alguno de sus enfermos estaba en pecado mortal al punto procuraba sacarle de ese estado, llevándole al arrepentimiento y a la confesión.

La vida espiritual de Rosa fue un itinerario místico de los más sorprendentes. Vivía constantemente en la presencia de Dios y experimentaba grandes arrobamientos, pero también era atormentada por momentos de terrible sequedad espiritual, en los que llegaba a sentir un total vacío y ausencia divina. Éstos eran para ella peor que los tormentos del infierno y la desconsolaban indeciblemente. Sin embargo, servían para templar y fraguar su alma extraordinaria. Como su patrona santa Catalina de Siena, se desposó místicamente con Jesucristo. Un día, se le apareció en forma de Niño junto a su Santísima Madre, y le dijo: “Rosa de mi Corazón, sé mi esposa”. En fe de ello se hizo fabricar una sortija nupcial que llevó hasta el lecho de muerte. El espíritu poético de ella la llevaba a deliquios muy humanos, como la siguiente redondilla, muy del gusto de la época:

Las doce han dado
Y mi Jesús no viene.
¿Quién será la dichosa
Que lo entretiene?

En 1614, la salud de Rosa era muy precaria, por lo que unos amigos que había conocido en medio de sus correrías caritativas, se constituyeron en sus protectores y la acogieron de huésped en su casa con el asentimiento de su madre. Se trataba del contador del Tribunal de la Santa Cruzada de Lima don Gonzalo de la Maza y Sáenz Hermoza y su mujer doña María de Usátegui y Rivera, ambos peninsulares y sobre los cincuenta años de edad. Tenían casa en el otro extremo de la Ciudad de los Reyes (hoy monasterio de Santa Rosa de las Monjas). En ella Rosa llevó una vida de gran serenidad en medio de sus ayunos y penitencias, siendo la admiración de todos por lo recatado y modesto de su continente. Obedecía a sus tutores como a sus propios padres y ellos la consideraban como una hija, a la que querían y auxiliaban en sus molestias físicas y enfermedades, que se fueron agudizando, especialmente el “mal de ijada”, las cefaleas, la podagra (gota) y el entumecimiento, que llegaban a paralizar a Rosa. No por ello dejó sus mortificaciones y, cuando se esparció la nueva de la amenaza de los corsarios holandeses frente al Callao y el temor de las profanaciones de esos herejes, se dio tal disciplina pidiendo a Dios que librase de ellos a Lima, que casi se mató de los azotes. El hecho es que el ataque de los corsarios no se produjo y se marcharon.

Como queda dicho, Rosa nunca abandonó el deseo de profesar como monja. Abandonada la idea de hacerlo en la segunda orden de san Francisco, formó el proyectó de fundar ella misma un monasterio dominico dedicado a santa Catalina de Siena, para lo cual pidió la intervención de don Gonzalo de la Maza y del provincial dominico ante los superiores de la Orden y el Consejo de Indias. La respuesta no llegó de España, pero sí de los frailes de Lima, que le dijeron que, de acuerdo a las constituciones, no era posible tal fundación. Rosa quedó frustrada, pero con la convicción íntima que el monasterio se acabaría fundando (y de hecho fue así, en 1624). Conformándose a la voluntad de Dios manifestada por medio de sus superiores, siguió venerando en santa Catalina a su modelo y, como ella, se santificó en el mundo sin ser del mundo, como terciaria de la orden del Padre santo Domingo. Muchas almas piadosas y jóvenes quedaron muy edificadas por su ejemplo y algunas entraron en religión gracias a ella.

La vida de Rosa llegaba a su fin. El 1º de agosto de 1617, estando en casa de sus protectores, antes de medianoche empezó a quejarse de graves dolores, sin haber tenido síntomas previos. Le asaltó una terrible jaqueca y comenzó a manifestarse el mal de costado. Rosa no sabía cómo explicar a los galenos lo que le pasaba, por lo que llamaron a su padre espiritual fray Juan de Lorenzana para que le hiciera declarar sus padecimientos. El 13 de agosto se presentó un cuadro de hemiplejia y a partir de allí empezó un empeoramiento irreversible. Gota, calenturas, neumonía. Sus padres fueron a visitarla y comprobaron que lo que estaban haciendo era despedirse de su hija, pues se moría a ojos vista. El 21 de agosto recibió la extremaunción muy devotamente, pero en medio de terribles padecimientos. Uno de sus últimos gestos fue el de entregar el anillo de sus desposorios místicos a Micaela de la Maza, hija del contador. El día 23, víspera de san Bartolomé, recibió la última visita de su confesor fray Juan de Lorenzana que le impartió la bendición in articulo mortis. A continuación pidió la de don Gonzalo de la Maza y doña María de Usátegui, que le habían hecho de padres. Después, hubo un desfile de todos los de la casa para recibir la de la moribunda. Rosa mandó llamar a todos los negros y negras esclavos de la casa y, pidiéndoles perdón si les había alguna vez ofendido, los bendijo con gran amor.

En la madrugada del día 24, estando su hermano Hernando con ella, Rosa de Santa María expiró a consecuencia de un paro cardíaco. La expresión que quedó en su rostro fue la de una gran serenidad, reflejada por el retrato que le hizo, de cuerpo presente, el pintor manierista Medoro Angelino. Los sollozos de los circunstantes se trocaron en alborozo al recordar que Rosa había pedido que a su muerte no se apenaran, sino que mostraran su júbilo. La noticia de su deceso corrió veloz por Lima y acudieron gentes de toda condición a velarla. Fue amortajada con el hábito dominico y su cadáver llevado a duras penas a la iglesia del Rosario, debido a la afluencia de personas que porfiaban por obtener alguna reliquia de la santa. El 25 de agosto fue la solemne misa pontifical de exequias con asistencia del arzobispo limense, Bartolomé Lobo Guerrero, y Pedro de Valencia, obispo de Guatemala, electo para La Paz. También estaban presentes el virrey del Perú, príncipe de Esquilache, los cabildos municipal y catedralicio y los representantes de las órdenes religiosas. Tal era el concurso de fieles ávidos de tocar el cuerpo de Rosa que los dominicos decidieron aprovechar la pausa de la comida para enterrarlo rápidamente en secreto.

La fama de santidad de Rosa de Lima fue unánime y su proceso de beatificación pudo incoarse con una relativa rapidez si consideramos lo que duraban los trámites de la época debido a lo lento de las comunicaciones. Ella muere en 1617 y cincuenta y cuatro años después es ya santa, la primera de las Indias. Las etapas son las siguientes: entre el 1º de septiembre de 1617 y el 7 de abril de 1618 tuvo lugar en Lima el proceso ordinario; el apostólico, entre mayo de 1630 y mayo de 1632, también en Lima; el papa Clemente IX la beatificó el 12 de marzo de 1668, y su sucesor Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671. Se cuenta una anécdota (que trae Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas) según la cual Clemente IX se mostraba escéptico ante proceso de beatificación de una mujer de lejanas tierras y quiso dar carpetazo exclamando: “¿Santa y limeña? ¡Tanto se me da una lluvia de rosas!”. Y en ese momento cayeron sobre la mesa del despacho papal pétalos de rosa, dejando al pontífice maravillado y trocando su incredulidad en entusiasmo, tal que no sólo beatificó a Rosa, sino que estableció en su testamento un legado para erigirle un altar en Pistoya, la ciudad natal del papa Rospigliosi. La fiesta de la virgen limeña se estableció el 30 de agosto. Con los cambios del calendario de 1969, se trasladó al 23 de agosto, pero la costumbre inveterada del Perú y de América, hizo que Pablo VI concediera que en los países de los que es patrona se siga celebrando en la fecha original, que es la que se observa también en el rito romano clásico.




NOVENA

Acto de contrición.- Señor mío Jesucristo…


Oración preparatoria

Gloriosa Santa Rosa de Lima, tú que supiste lo que es amar a Jesús con un corazón tan fino y generoso. Que despreciaste las vanidades del mundo para abrazarte a su cruz desde tu más tierna infancia. Que profesaste una gran ternura y dedicación a los más desvalidos sirviéndolos como al mismo Jesús. Que amaste con filial devoción a la Virgen María. Enséñanos tus grandes virtudes para que, siguiendo tu ejemplo, podamos gozar de tu protección y de tu compañía en el cielo. Te rogamos también aceptes el obsequio de esta novena y nos obtengas del Señor las gracias que pedimos por tu intercesión, si son para su mayor gloria y bien de nuestras almas. Así sea.

Pídase las gracias que se deseen.


Oraciones para cada día


Día 1. Amantísimo Señor Dios, Trino y Uno, que como en la antigua ley, os complacíais en que os llamasen Dios de aquellos grandes Santos Patriarcas, hoy no menos os agradáis, en que os llamemos, Dios de la Rosa de Santa María: alegrámonos y gozámonos con el mismo gozo, con que ella se complacía en vuestras divinas perfecciones, en especial, de que seáis un Ser tan infinitamente perfecto, que de nadie depende, y todo depende de vuestro Ser, y os pedimos por vuestra soberana independencia, y por el asimiento, que tuvo siempre a Vos vuestra finísima Santa Rosa, nos concedáis un apartamiento total de cuanto es contra vuestra voluntad, a que vivamos y muramos asidos a Vos; y lo que en esta novena os pedimos a mayor honra y gloria vuestra.

Día 2. ¡Oh incomprensible Sabiduría! ¡Oh Dios Trino y Uno! tan infinitamente sabio, que os comprendéis a Vos, y con inefable claridad todo lo creado lo sabéis, y lo sobrecomprendéis: alegrámonos, y gozámonos con el mismo gozo, con que la ilustradísima Rosa de Santa María, se gozaba de vuestra Sabiduría, y por ella, y por lo que supo de vos nuestra Santa, os pedimos nos comuniquéis la ciencia de los Santos, vuestra Divina Luz, y lo que en esta novena os suplicamos, si es para honra y gloria vuestra.

Día 3. ¡Oh bondad inefable! ¡Oh hermosura indecible! ¡Oh Dios Trino y Uno, que sois el centro de toda belleza y perfección! Alegrámonos y gozámonos en Vos con aquel mismo afecto con que la amorosísima Rosa de Santa María, en Vos únicamente descansaba su corazón, como en su centro, y os pedimos por vuestra infinita bondad, y por lo que os comunicasteis a la hermosísima Santa Rosa, que toda vuestra voluntad nos la robe perfección tan divina, y lo que os suplicamos en esta novena, si es honra y gloria vuestra.

Día 4. ¡Oh Santidad Purísima! ¡Oh fuente y ode toda Santidad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que por esencia tenéis el oponeros a la culpa! Alegrámonos y gozámonos con el mismo gozo que la perfectísima Rosa, de vuestra infinita perfección, y os pedimos por tan inmensa Santidad, y por las que le comunicasteis a esta purísima Santa, nos concedáis que os sirvamos de suerte que consigamos la perfección que ella deseaba y pedía para sus prójimos; y lo que en esta novena os suplicamos, si ha de ser para honra y gloria vuestra.

Día 5. ¡Oh caridad incomprensible! ¡Oh Dios Trino y Uno, todo amor, que con infinita propensión os inclináis a favorecer a vuestras criaturas y hacerlas bien! Deseamos alegrarnos y gozarnos con aquel mismo gozo e incendio de amor, con que vuestra muy amada Rosa de Santa María se complacía en vuestra inefable caridad; y os pedimos por esta divina perfección, y por el agradecimiento y amor con que maravillosamente os correspondió esta amorosísima Santa, nos comuniquéis los efectos de vuestra especial asistencia y caridad; y lo que en esta novena os suplicamos, si fuere para mayor honra y gloria vuestra.

Día 6. ¡Oh Omnipotente Majestad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que cuanto queráis podéis, y es infinito vuestro poder! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan soberana omnipotencia, con aquel mismo gozo con que se complacía la Santa Rosa de Santa María y os pedimos por esta perfección y por el poder que concedisteis a esta fortísima doncella, elevéis y confortéis nuestra grandísima flaqueza y debilidad, para que podamos corresponder a lo que vuestra omnipotencia obra en nuestras almas; y lo que os suplicamos en esta novena, si fuere para Honra y Gloria vuestra.

Día 7. ¡Oh Liberalidad Divina! ¡Oh inclinación indecible a dar y favorecer! ¡Oh Dios Trino y Uno, que dando infinito más que lo deseáis dar! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan divina franqueza con aquel mismo gozo con que os complacía vuestra reconocidísima Santa Rosa, y os pedimos por esta infinita perfección, y por lo mucho que disteis a esta dichosísima santa, nos libréis del vicio de la ingratitud, y nos concedáis que no cesemos de daros gracias por los infinitos beneficios de vuestra liberalidad, y lo que os suplicamos en esta novena, si es para honra y gloria vuestra.

Día 8. ¡Oh Divina Inmensidad! ¡Oh Dios Trino y Uno, que por vuestro ser estáis en todo, sin necesidad de lugar porque estáis en Vos, que sois sobre todo lugar! Deseamos alegrarnos y gozarnos en tan incomprensible inmensidad, con aquel mismo gozo con que la humildísima Santa Rosa se complacía; y os pedimos por esta inmensa perfección, y por la presencia vuestra, que en todas las criaturas concedisteis a tan íntima Esposa vuestra, nos concedáis tenernos siempre presentes y vivir dentro de vos, y lo que en esta novena os suplicamos, si fuere para mayor honra y gloria vuestra.

Día 9. ¡Oh y quién podrá, gran Dios y Señor, Trino y Uno, hacerse capaz de vuestra bienaventuranza y gloria, de la que tenéis en Vos por esencia, gozándoos y amándoos, y de la gloria accidental que os dan todas vuestras criaturas! Deseamos alegrarnos y gozarnos en vuestra grande gloria, con el mismo gozo con que se complacía la felicísima Santa Rosa, y os pedimos por esta su perfección y por la gloria a que la elevasteis, y la que recibís de tan amada criatura vuestra, nos concedáis, que confesando y conociendo vuestra gloria infinita, no caigamos en la eterna pena, sino que seamos bienaventurados y participemos de la infinita bienaventuranza vuestra; y lo que os suplicamos es esta Novena a mayor honra y gloria vuestra.


Oración final

Os doy gracias, o Señor, de la asistencia especial que me habéis prestado en esta novena. Continuad siempre en vuestras misericordias sobre de mí, a satisfacción de mis pecados, en sufragio de las almas del purgatorio y por la conversión de los pecadores. Perdonadme todas las faltas que he cometido. Y juntando el poco bien que he hecho con los inconmensurables méritos de Jesucristo, concededme por Él todas aquellas gracias que son necesarias a mi eterna salud, especialmente una plenaria remisión de la pena debida a mis culpas, que nuevamente lloro y detesto, resuelto como estoy de conducir en lo futuro una vida toda en conformidad a vuestros Santos Mandamientos. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.


LETANÍAS DE SANTA ROSA
(para uso privado)



El retrato post mortem por Medoro Angelino

Señor, ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Dios Padre Celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.

Santa María, ruega por nosotros.
San Miguel Arcángel y todos los coros de los ángeles, rogad por nosotros.
San José, padre nutricio de Jesús, ruega por nosotros.
Santa Isabel, con cuyo nombre fue bautizada Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Bartolomé Apóstol, en cuya vigilia subió Santa Rosa al cielo, ruega por nosotros.
Glorioso Padre Santo Domingo, ruega por nosotros.
Seráfico Padre San Francisco, ruega por nosotros.
Santa Catalina de Siena, madre espiritual de Santa Rosa, ruega por nosotros.
Santo Toribio de Mogrovejo, que confirmaste a Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Francisco Solano, cuya predicación escuchó Santa Rosa, ruega por nosotros.
San Martín de Porras y San Juan Masías, hermanos de hábito y de virtud de Santa Rosa, rogad por nosotros.


Santa Rosa de Lima, virgen limeña, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, gloria y orgullo del Perú, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, primera flor americana de santidad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, lirio de pureza, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, violeta de humildad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, azucena de castidad, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, rosa encendida de amor, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ramillete de todas las virtudes, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, oliva de penitencia, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, bálsamo de consuelo, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, mirra de mortificación, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, admiración de los españoles, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ejemplo de los criollos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, patrona de los mestizos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, protectora de los indios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, auxiliadora de los negros, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, defensora contra los corsarios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, sostén de tu hogar, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, alivio de los enfermos, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, socorro de los más pobres, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ejemplo de observancia, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, despreciadora de las galas mundanas, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, insigne penitente, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, coronada de espinas, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, ayunadora y abstinente, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, triunfante de los demonios, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, inspirada cantora, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, respetuosa de toda forma de vida, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, modelo de hija y hermana, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, dócil a tu padre espiritual y confesor, ruega por nosotros.
Santa Rosa de Lima, mística esposa de Cristo, ruega por nosotros.


Todos los bienaventurados de la Orden de Predicadores, rogad por nosotros.
Todos los bienaventurados de la Orden Seráfica, rogad por nosotros.
Todos los Santos y Santas de Dios, interceded por nosotros.


Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Señor, ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor, ten piedad.


Padre nuestro… (secreto)

V. Y no nos dejes caer en tentación.
R. Mas líbranos del mal.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a Ti mi clamor.
(V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.)

Oremos. Oh Dios Omnipotente, dador de todo bien, que hiciste florecer en América por la gloria de la virginidad y paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida con el rocío de tu gracia; haz que nosotros, atraídos por el olor de su suavidad, merezcamos ser buen olor de Cristo. Que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.


jueves, 13 de agosto de 2009

Novena al Inmaculado Corazón de María según el espíritu de Fátima


Publicamos esta novena de preparación a la festividad del Inmaculado Corazón de María (22 de agosto) y que hemos tomado de un sitio católico muy recomendable: http://www.devocionesypromesas.com.ar/.


Puede rezarse esta novena en cualquier época del año. Leemos en la vida del santo Cura de Ars: “Su gran práctica era recomendar a los fieles y peregrinos de Ars una novena al Corazón de María. Por este medio se obtenían innumerables gracias y favores”.



ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh María, digna Madre de Dios y tierna Madre nuestra, que apareciendo en Fátima, nos habéis mostrado nuevamente en vuestro Corazón un asilo y refugio segurísimo, y en vuestro rosario un arma victoriosa contra el enemigo de nuestras almas, dándonos también rica promesa de paz y vida eterna!

Con el corazón contrito y humillado por mis culpas, pero lleno de confianza en vuestras bondades, vengo a ofreceros esta novena de alabanzas y peticiones.

Recordando, Señora benignísima, las palabras de Jesús en la cruz, "Ahí tienes a tu Madre", os digo con todo afecto: ¡Madre, aquí tenéis a vuestro hijo!

Recibid mi corazón, y ya que es palabra vuestra "Quien me hallare, hallará la vida", dadme que amándoos con amor filial, halle y goce aquí la vida de la gracia y después la vida de la gloria. Amén.


Día 1º
Reinado del Corazón de María

Dijo la Virgen a los pastorcitos de Fátima: "Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón".
En verdad, ¿puede haber cosa más justa y digna? Oigamos al P. Claret: "¿Habrá quien pregunte por qué veneramos al Corazón de María? ¿Se han meditado bien la excelencia de este Corazón y las perfecciones sobrehumanas y más que angélicas que lo adornan? ¡Oh, con qué alegría contempla el Señor al Corazón de María, al que ninguna mancha desfigura ni afea germen alguno de pasión mala, en el que no existe sobra de defecto que pueda hacerle indigno y cuyas afecciones son todas celestes! O por hablar con más propiedad, ¡con qué satisfacción no se contempla a Sí mismo en aquel espejo fiel en donde se hallan retratados todos los rasgos de su semejanza, borrados en el resto de los hombres!". Y afirma San Bernardino de Siena que "para ensalzar los sentimientos del Corazón Virginal de María no bastan las lenguas de todos los hombres, ni aún las de los ángeles". ¡Tan digno y santo es!
¡Oh alma devota! Dios lo quiere: Dios ha honrado sobremanera al Corazón de María: honra tú también, ama y obsequia cuanto puedas al Corazón amantísimo de tu dulce Madre.

Después de la meditación propia del día pídanse las gracias.
Para alcanzarlas, rezar cinco Avemarías al Corazón de María.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh Corazón de María, el más amable y compasivo de los corazones después del de Jesús, Trono de las misericordias divinas en favor de los miserables pecadores! Yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos en quien el Señor ha puesto el tesoro de sus bondades con plenísima seguridad de ser por Vos socorrido. Vos sois mi refugio, mi amparo, mi esperanza; por esto os digo y os diré en todos mis apuros y peligros:

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Cuando la enfermedad me aflija, o me oprima la tristeza, o la espina de la tribulación llague mi alma,
¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones, coaligados para mi eterna perdición, me persigan con sus tentaciones y quieran hacerme perder el tesoro de la divina gracia,
¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

En la hora de mi muerte, en aquel momento espantoso del que depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y los ataques de mis enemigos,
¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Y cuando mi alma pecadora se presente ante el tribunal de Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y ampararla, y entonces, ahora y siempre,
¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Estas gracias espero alcanzar de Vos, ¡oh Corazón amantísimo de mi Madre!, a fin de que pueda veros y gozar de Dios en vuestra compañía por toda la eternidad en el cielo. Amén.


Día 2º
Desagravio al Corazón de María

La Virgen pidió en Fátima a los tres niños ofrecieran sacrificios en reparación de las ofensas que se infieren a su Inmaculado Corazón. Pidió en particular la comunión reparadora de los primeros sábados.
Lo que sostiene a este mundo pecador es el espíritu de reparación, que llega a su valor más alto en la misa, donde Jesús encabeza las reparaciones y desagravios de la Iglesia toda a su Eterno Padre.
Se ofende a Dios, y se ofende mucho también a su amadísima Madre, cuyo Corazón gime atravesado con la simbólica espada. "Ese vaso de santidad -exclama San Buenaventura- ¿cómo se ha trocado en mar de penalidades?" La Virgen Madre puede responder: "Hijos he criado y exaltado, mas ellos me despreciaron".
¡Penitencia! nos dice María en Fátima como en Lourdes. Sí: Fátima es un pregón de penitencia para esta época en que se niega la gravedad del pecado, se glorifica el sensualismo y se concretan las aspiraciones a gozar de esta vida.
No volver a pecar: esto es lo primero en el verdadero penitente. Y luego, mortificarse y sufrir algo por Dios. Oigamos, pues, el clamor de María: ofrezcamos oraciones, buenas obras y sacrificios en desagravio a su afligido Corazón.


Día 3º
El Corazón de María, iris de paz

El mundo desconoce a Dios; es impío; y está escrito: "No hay paz para los impíos". Habrá en él mucha inteligencia, mucho brazo, mucha máquina; pero falta corazón. Y por eso falta amor, concordia, paz.
En Fátima aparece y brilla como nunca un Corazón, un Corazón de Madre, capaz de unir los corazones todos y llevarlos a Dios.
"En ese Corazón -dice Ricardo de San Lorenzo- la justicia y la paz se besaron", porque como explica San Bernardo, "maría recibió del mismo Corazón del Eterno Padre en su propio Corazón, al Verbo", que es nuestra paz y reconciliación.
¿Acaso no es oficio propio de la madre aplacar al Padre con los hijos y pacificar a éstos entre sí? Sala de esos armisticios es el corazón de toda madre. El de María es arca noética de donde sale siempre la paloma mensajera de paz, cuyos ramitos de olivo caen y germinan en las tierras ensangrentadas por el odio.
"Abre, pues, oh María -le suplica San Bernardo- la puerta del Corazón a los llorosos hijos de Adán". Ante ese "áureo altar de paz" vengan todos a depositar su ofrenda, reconciliados ya con sus hermanos. Roguemos a la Reina de la paz la dé a los pueblos y familias; pero más, mucho más a los pecadores que están alejados de Dios y tiranizados por el demonio.


Día 4º
El Corazón de María y los pecadores

No una, sino varias veces exhortó la Virgen a los niños de Fátima a orar y sufrir por la conversión de los pecadores, y pidió expresamente el culto a su Corazón como medio de conversiones.
Dicen muchos: "Pequé, y ¿qué de malo me ha sucedido?". No hablarían así, a poca fe y reflexión que tuvieran. Verían que el pecado mortal mata al alma, roba la paz y todos los méritos, enemista con Dios y esclaviza bajo el poder de satanás. El que muere en pecado mortal se condena para siempre. ¡Qué espantosa desgracia!
Una avemaría diaria rezan los archicofrades del Corazón de María por los pecadores. Y María les inspira arrepentimiento, confesión, enmienda, y así les torna la vida, antes insoportable, dulce y feliz. "¡Cuánto no debemos al tesoro de consuelos que encierra el Corazón Inmaculado de María!" exclamaba el P. Faber, convertido por ese Corazón de Madre.
"¡Oh María! -le decía San Alfonso María de Ligorio- si vuestro Corazón llega a tener compasión de mí, no podrá dejar de protegerme".
El Papa en nombre de toda la humanidad pecadora, ora de este modo: "Estamos seguros de obtener misericordia y de recibir gracias, no por nuestros méritos, de los que no presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de vuestro materno Corazón".
Acude tú también a este Trono de misericordia; y pídele la conversión de los pecadores empedernidos.


Día 5º
La Gran Promesa del Corazón de María

Esta promesa será sin duda lo que más perpetúe el nombre de Fátima a través de los siglos y traiga más frutos de salvación. "Prometo -dijo la Virgen- asistir en la hora de muerte con las gracias necesarias para la salvación a los que en cinco primeros sábados de mes seguidos comulguen y recen el rosario meditado".
Ante este alarde de misericordia del Corazón de María, el mundo se ha conmovido. El mismo soberano Pontífice pone al principio de la misa del Corazón de María aquella invitación: "Vayamos con confianza a ese Trono de gracia". Y cada uno de los fieles ganoso de asegurar lo que más importa, el porvenir eterno, tiene cuenta con sus cinco primeros sábados, evita el interrumpirlos, se alegra de coronarlos y se complace en repetirlos.
Es interesante el dato evangélico: Jesús otorgaba sus favores y prodigios preferentemente en sábado. E interrogaba a sus detractores: ¿Es lícito curar en sábado? Su Madre divina parece responder: los sábados son los días de mi predilección a favor de mis devotos en la tierra y en el purgatorio.
¡Oh alma! reza el rosario y comulga en dichos días, con gratitud, con fervor, en espíritu de reparación, y no lo dudes: albergada en ese Corazón, que es, según San Buenaventura, "deliciosísimo paraíso de Dios", pasarás al paraíso eterno.


Día 6º
El Corazón de María y el Rosario

Como en Lourdes, María pide en Fátima el rezo del rosario, y pide lo recemos diariamente, por la paz y por los pecadores, es decir: "por la paz de las armas y por la paz de las almas", según frase del Papa.
¿Necesitaremos más invitaciones para darnos a esta dulcísima y salvadora devoción? Dulcísima, pues como dice San Anselmo de Luca, "debería rebosar célica dulzura nuestra boca al saludar a tan benigna Señora y bendecir el fruto de su vientre, Jesús". Salvadora, pues dice Montfort: "No sé el cómo ni el porqué, pero es una verdad, que para conocer si una persona es de Dios, basta examinar si gusta de rezar el avemaría y el rosario".
Dijo la Virgen al P. Claret: "Quiero que seas el Domingo de Guzmán de estos tiempos". Y él propagó el rosario con celo indecible, transformando los hogares.
Al B. P. Hoyos le declaró la misma Señora: "Hasta ahora ninguno se ha condenado, ni se condenará en adelante que haya sido verdadero devoto de mi rosario".
"¡Reina del Smo. Rosario!": así empieza el Papa la Consagración al Corazón de María, para indicarnos su aprecio al rosario. Alma fiel: el rosario sea para ti un tesoro: rézalo en familia o en particular todos los días de tu vida.


Día 7º
El Corazón de María y la meditación

La Virgen de Fátima prometió el cielo a los que n cinco primeros sábados comulguen y recen el rosario meditando sus misterios.
En la historia del cristianismo, que cuenta 20 siglos, es la primera vez que la Virgen invita al mundo a la práctica de la meditación u oración mental. Sabe muy bien que la irreflexión es la característica de nuestra época, llena de desolación, porque no hay quien medite de corazón.
¿Y quién podrá invitarnos mejor a la meditación que María, que en su Corazón -testigo el Evangelio- guardaba, meditaba y analizaba todas las palabras y acciones de Jesús niño, de Jesús adolescente, de Jesús hombre, y así se santificaba de día en día?
Para Ella sí que las palabras de Jesús eran palabras de vida eterna; y pues el hombre vive de toda palabra que procede de la boca de Dios, de ellas se alimentaba la Virgen como de una verdadera Eucaristía.
Si San Juan Eudes llama al Corazón de María "Libro de la Vida", es porque en las páginas delicadas de su Corazón la Virgen imprimía y releía todo lo que decía y hacía Jesús durante aquellos 30 años, para ser después el archivo divino de la Iglesia naciente.
"Ea, pues, -dice San Juan Crisóstomo- lo que María meditaba en su Corazón, meditémoslo en el nuestro". En los misterios del rosario está la vida de Jesús y de María: quien los medite bien, no pecará jamás.


Día 8º
El Corazón de María y el Papa

En sus apariciones de Fátima la Virgen menciona varias veces con amor al Santo Padre y pide se ore mucho por él.
El Papa es, entre todos los mortales, el primer hijo del Corazón de María, por ser el "Jesús visible", o como decía Santa Catalina de Siena, "el dulce Cristo en la tierra".
El Papa es nuestro Padre. ¡Oh si le tuviéramos aquel amor filial que le profesaba San Juan Bosco, quien por ser fiel a su consigna "con el Papa hasta la muerte", tanto sufrió de los enemigos de la Iglesia, y el P. Claret, que en pleno Concilio Vaticano manifestó que ansiaba derramar toda su sangre en defensa de la infalibilidad pontificia!
Es nuestro Padre amantísimo: hemos de profesarle amor, respeto y obediencia; no consentir jamás se le ataque y persiga; rogar para que el Corazón de María lo ilumine y guarde de todo peligro, lo haga feliz en la tierra y lo corone de gloria en el cielo.


Día 9º
Consagración al Corazón de María

El Papa Pío XII, en el 25 aniversario de las apariciones de Fátima, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María, secundando la petición de la aparecida Señora. Y a tono con él, innumerables Prelados le han consagrado sus diócesis, provincias y naciones.
Apareció el foco de la benignidad de la Salvadora del mundo y éste lo ha saludado con transportes de júbilo. De ese foco de amor maternal no habrá ya quien se esconda.
"Os tengo en mi Corazón", puede decirnos María, mejor que San Pablo a los filipenses. En esa arca de salvación nos ha refugiado a todos el Papa, por salvarnos del diluvio de males y vicios. ¿Cuándo? Cuando dijo solemnemente: "A vuestro Corazón Inmaculado nos confiamos y nos consagramos, no sólo en unión con la Santa Iglesia... sino también con todo el mundo".
Ahora nos toca a nosotros, a cada uno de nosotros repetir la consagración y vivir de acuerdo con ella llevando una conducta digna de hijos del Corazón de María, una vida de pureza, de oración, de mansedumbre, de caridad, de paciencia, de mortificación, virtudes que nos harán semejantes a nuestra Madre y fieles discípulos de Jesús, nuestro adorable Redentor, y nos otorgarán derecho a la eterna bienaventuranza.


sábado, 1 de agosto de 2009

LA GRAN INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA


Hoy día 1º de agosto, día en el que se conmemora la milagrosa liberación del apóstol san Pedro de la prisión en la que había sido puesto por orden de Herodes (San Pedro ad Vincula), después de mediodía, se puede ganar hasta mañana la gran Indulgencia de la Porciúncula, extraordinario privilegio franciscano, la narración de cuyo origen copiamos a continuación, sacada de un precioso manual de los Terciarios seráficos editado en Lima en 1958 por orden del arzobispo franciscano Fray Juan Landázuri (más tarde cardenal).

Esta preciosísima indulgencia, concedida por el mismo Jesucristo en persona a nuestro Seráfico Padre San Francisco, reconocida y confirmada por la Iglesia, merced a los grandiosos portentos operados en su favor, se gana en todos los templos franciscanos, el día 2 de agosto, señalado también por el mismo Jesucristo.

He aquí su historia en compendio. Una de las cosas que más afligían al Padre San francisco durante su vida en este mundo, la constituían las ofensas que se hacían a Dios con tantos pecados y la perdición eterna de tantas almas que los cometían. Una noche de 1216, en que más abundaba en estos sentimientos (por lo cual se encontraba angustiadísimo), se le apareció un Ángel de parte de Dios, dándole orden para que fuese a la pequeña iglesia (porziuncola chiesa) que él había reparado en honra de la Reina de los Ángeles. Al llegar allí, entre vivísimos resplandores de gloria y majestad y multitud de ángeles y serafines que llenaban el templo, vio a Jesucristo, vivo y gloriosísimo, y a su divina Madre la dulcísima Virgen María. Extático y fuera de sí San Francisco cayó en tierra y, así postrado, oyó la voz de Jesús que le decía: “Pues tantas son tus lágrimas y afanes por la salvación de las almas, pídeme, Francisco, lo que quieras”. Replicó Francisco: “¡Señor y dios Altísimo!, yo, miserable pecador, os suplico, por intercesión de vuestra Santísima Madre, que concedáis la gracia de que todos los que vengan confesados a esta iglesia alcancen perdón e indulgencia de todos sus pecados y queden en vuestra presencia lo mismo que quedaron después de recibir el santo bautismo”. Respondió la voz divina: “Mucho pides, Francisco, pero por ruegos de mi Madre, a quien has puesto por intercesora, te concedo esa gracia. Acude a mi Vicario en la tierra para que te la confirme”.

Francisco se presentó al Papa, que lo era entonces Honorio III, y, con sencillez y humildad, le dijo: “Santísimo Padre, vengo a solicitar una indulgencia plenísima para todos los pecadores que, habiéndose confesado, vengan a visitar la iglesia que yo he reparado”. Díjole el Papa: “No es costumbre conceder una indulgencia tan grande a tan poca cosa; pero, dime –añadió–, ¿cuántos años quieres que dure esta gracia?”. Replicó San Francisco: “Padre Santo, yo no pido años sino almas, y no soy yo, sino mi Señor Jesucristo quien lo quiere”. Al oír esto el Papa Honorio se sintió interiormente movido por Dios y dijo por tres veces: “Me place, me place, me place conceder esta gracia”.

Faltaba determinar el día en que se había de ganar este jubileo tan extraordinario, y vencer las dificultades que ponían los cardenales diciendo que esta indulgencia y jubileo, sin ninguna carga de ayunos, limosnas ni otras obras determinadas, menoscabaría los de Roma, Jerusalén, Santiago y otros que suele conceder la Iglesia.

San Francisco continuaba rogando a Dios y haciendo penitencia; hasta llegó a arrojarse desnudo, en el rigor del invierno, en un espinoso zarzal, ensangrentándose todo su cuerpo. Al instante el zarzal se vistió de verdor y brotó frescas y fragantes rosas, unas blancas y otras encarnadas. Además, una luz inefable sobre la engalanada zarza y multitud de ángeles convidaban a San Francisco con melodiosos cánticos para que fuese otra vez a la iglesia de la Porciúncula. San francisco cogió del florido zarzal doce rosas blancas y doce encarnadas, todas muy hermosas, pasó con ellas la senda deslumbradora del monte, que todo parecía arder sin consumirse, entró en la iglesia y, delante de Jesucristo y de la divina Madre, que le aguardaban como la vez primera, cayó de rodillas y fijó su pensamiento en la indulgencia, oyendo estas palabras: “Por los ruegos de mi Madre te concedí, Francisco, la gran Indulgencia, y para ganarla, sea el día en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, se libró milagrosamente de las cadenas. Llévale a mi Vicario esas rosas que has tomado de la zarza, en testimonio de lo que has visto y oído. Yo moveré su corazón y cumpliré tu deseo”.

San Francisco fue a Roma, llevando las rosas consigo y acompañado de cuatro compañeros que habían sido testigos de la visión, y obtuvo la confirmación de la indulgencia para el 1º de agosto, desde las vísperas de ese día hasta la puesta del sol del siguiente 2 de agosto, según el mismo Jesucristo nuestro Señor se lo había concedido.

Muchos milagros se obraron después, a favor de la autenticidad de esta indulgencia, entre otros el haber manifestado el Señor cuán hermosas salían de los templos franciscanos las almas que habían entrado manchadas, y cuántas salían muy gloriosas del Purgatorio por las visitas que por ellas se hacían.

No es de extrañar, pues, que en dicho día se observe un movimiento de piedad y fervor en el cristianismo, que sólo con el de Cuaresma, en tiempo de Semana Santa, se puede comprara, pues no sólo los simples fieles, sino que también los religiosos, los sacerdotes, los obispos, los arzobispos, los cardenales y hasta los mismos Soberanos Pontífices, han acostumbrado ir a las iglesias franciscanas en este día, entrar y salir de ellas, y ganar así tantas veces el jubileo como visitas se practican*.

* De acuerdo con las nuevas normas de las Indulgencias de Pablo VI, desaparecidas las concesiones toties quoties, la indulgencia plenaria se gana una tantum cada día (21. § 1 ).



Condiciones para ganar la Indulgencia

1.- Hacer una buena y dolorosa confesión, a no ser que la persona que quiera ganarla se confiese cada ocho o quince días, pero todos deben estar arrepentidos, en el acto de ganar la indulgencia, de todos sus pecados, hasta de los veniales. Puede hacerse ocho días antes o dentro de los siete días siguientes.

2.- Es indispensable comulgar el día 1º de agosto o el día 2 de agosto o dentro de los siete días siguientes. Tanto la confesión como la comunión pueden hacerse en cualquier iglesia.

3.- Visitar en el dicho día entre el mediodía del 1º de agosto y el crepúsculo del 2 de agosto una iglesia franciscana con intención de ganar la indulgencia, rogando a este fin por las intenciones del Romano Pontífice (se recomienda la estación del Santísimo, a saber: seis Pater, Ave y Gloriapatris). Es muy recomendable hacer una piadosa meditación.

Para comodidad de todos, ponemos aquí la siguiente

Oración para ganar la Indulgencia de la Porciúncula

¡Dios y Señor mío!, yo creo que estáis realmente presente en este santo templo; os adoro con toda la sumisión de mi alma; me arrepiento, Señor, de todos mis pecados y propongo la enmienda; os suplico, Dios mío, me concedáis la gracia de ganar la santa indulgencia que Vos mismo concedisteis a vuestro siervo el humilde San Francisco, y que aplico por mí mismo o por… (aquí se dice el nombre del alma de algún difunto por la que se quiere lucrar). A este fin os ruego, por las intenciones del Romano Pontífice, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz de los gobiernos cristianos y por la conversión de todos los pobres y desgraciados pecadores.

Y Vos, oh Reina de los Ángeles, interceded por mí, supliendo, con vuestra poderosa mediación, mis defectos en esta plegaria. Amantísimo protector de todas las almas, benditísimo San José, amparadme con vuestra protección. Ángel de mi guarda, acompañadme en este santo ejercicio. Seráfico y glorioso Padre San Francisco y todos los Ángeles y Bienaventurados, interceded por mí. Amén.

Seis Padrenuestros, Avemarías y Gloriapatris a la intención del Papa.

Nota.- Si el alma del difunto por la que se ha ofrecido la indulgencia ya goza de la gloria, se recomienda formar la intención de que valga condicionalmente para el alma que más lo necesite o que sea más del agrado de la Reina de los Ángeles.

Para la historia del santuario de la Porciúncula
(Basílica Papal de Santa María de los Ángeles),
véase el siguiente enlace (muy interesante):


http://www.porziuncola.org/es/index.html



Rosario Sacerdotal: Segundo Misterio Gozoso

Ghirlandaio: La Visitación a Santa Isabel

“En esos Días se levantó María y fue de prisa a una ciudad en la región montañosa de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Aconteció que, cuando Elisabet oyó la salutación de María, la criatura saltó en su vientre. Y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz y dijo: --¡Bendita Tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde se me concede esto, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque he aquí, cuando llegó a mis oídos la voz de tu salutación, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le ha sido dicho de parte del Señor. Y María dijo: - Engrandece mi alma al Señor; y mi Espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva. He aquí, pues, desde ahora me tendrán por bienaventurada todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo. Su nombre es santo, y su misericordia es de generación en generación, para con los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó a los poderosos de sus tronos y levantó a los humildes. A los hambrientos sació de bienes y a los ricos los despidió vacíos. Ayudó a Israel su siervo, para acordarse de la misericordia, tal como habló a nuestros padres; a Abraham y a su descendencia para siempre. Y María se quedó con ella como tres meses, y regresó a su casa. Se cumplió para Elisabet el tiempo de su alumbramiento, y dio a luz un hijo” (Luc I, 39-57).

María, después de la Anunciación, estaba llena del Espíritu Santo. En la Biblia aparece esta divina persona con los rasgos de la juventud impetuosa y emprendedora. Su acción es siempre enérgica y resuelta. Se ve en María, que se levanta y va “cum festinatione” a asistir a su prima Isabel, de la que se ha enterado por el Ángel que está encinta de seis meses. La expresión latina no expresa la fuerza de la palabra griega que usa san Lucas: σπουδῆς (de σπεύδω), que significa ciertamente “con apresuramiento”, pero con un matiz fuerte, que da la idea de vertiginoso. La Virgen tenía un llenazo de Dios que la hacía catapultarse al encuentro de quien la necesitaba. Ése es el efecto de la gracia en las almas dóciles, que se dejan llevar por el Espíritu Santo. No hay que insistir con ellas para que obren, no hay que arrearlas: son resueltas y expeditas. Se vería también en Pentecostés, al descender el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego sobre los Apóstoles: éstos, antes acobardados y temerosos, bajo el influjo divino se vuelven al improviso valientes y briosos y predican abiertamente a Jesucristo desafiando a los sanedritas. Así también, el buen sacerdote, cuya vida espiritual se nutre de la gracia divina, de la inhabitación del Espíritu Santo, no es moroso en el ejercicio de su apostolado, sino que siempre está dispuesto y animado por el llamado “celo sacerdotal”: celo por las cosas de Dios y celo de las almas.

Pero consideremos cómo la Virgen, que marcha con vehemencia al encuentro de su prima para prestarle los auxilios materiales que requiere una mujer encinta (auxilios especiales tratándose de una mujer de cierta edad), es vehículo de una acción del todo insospechada: la santificación del Bautista en el seno de su madre por la proximidad de Aquél de quien sería el precursor. Jesús, apenas concebido en las purísimas entrañas de la doncella nazaretana, ejerce su primer influjo salvífico en una de sus criaturas, borrándole el pecado original sin mediación de ningún sacramento: es lo que se llama la “potestad de excelencia” de Cristo (la misma que sirve para explicar la salvación de los niños que no reciben materialmente el sacramento de la regeneración, según el Padre Royo Marín). María, que lleva al Autor mismo de la gracia consigo, se convierte así en instrumento de la gracia santicante, cumple un papel santificador, por lo cual se la puede considerar, en cierto modo (análoga y no unívocamente), sacerdote. El sacerdote, en efecto, es sacrificador y santificador, es el que da la vida sobrenatural mediante la comunicación de la gracia por participación en el Sacerdocio eterno de Jesucristo. La Santísima Virgen se nos presenta en este hermoso episodio como modelo de sacerdotes.

Pero otra consideración nos lleva a ver cómo su acción principal es la santificación del Bautista; los cuidados a su prima –con ser importantes– pasarán a segundo plano. Lo que nos sugiere que lo importante en el apostolado sacerdotal es primordialmente la santificación de las almas. El apostolado material, la beneficencia, la caridad organizada o, como se suele decir hoy, la promoción humana, viene después. No es poco importante, por supuesto, porque al fin y al cabo hemos de ser juzgados por cómo hemos cumplido con las obras de misericordia; pero lo principal es comunicar a las almas esa vida de la gracia que las hace partícipes del Reino de Dios, que es lo que hay que buscar con preferencia. El sacerdote es ante todo un vehículo de la gracia santificante: ésa es su prioridad. Los misioneros católicos allí donde han llegado lo primero que han hecho ha sido plantar la Cruz y levantar un altar. Después, la fuerza de la caridad ha hecho el resto y ha construido escuelas, hospitales, dispensarios, carreteras, asilos, cementerios, etc. Hay que tener siempre en cuenta esto: el sacerdote debe procurar ante todo y sobre todo la salvación de las almas; ésa es su misión como sacerdote. Todo lo demás se deriva de esta principio; de otro modo, no se distinguiría el ministro de Dios de sun asistente social, un filántropo o un voluntario, ocupaciones dignísimas de reconocimiento y aplauso, pero que no son específicamente sacerdotales.

María, en fin, se nos presenta en la visitación como una mujer de fe, de fe sencilla, profunda y pura; la fe que hace milagros y que mueve montañas. La fe por la que vive el Justo. La fe por la que se agrada a Dios y que granjea la bienaventuranza. Lo dice Isabel: “Bienaventurada tú, que has creído, porque se te cumplirá todo lo que de parte del Señor tienes prometido”. Esta es la fe teologal y la fe fiducial: María en la Anunciación ha creído en las palabras del Ángel, emisario de Dios. Ha creído a Dios y ha creído en Dios. Le cree y se fía de Él totalmente, al punto que se le entrega como esclava. Ésa es la fe que trastoca todas las miras humanas y que nos hace ver las cosas desde la perspectiva divina, tal y como lo expresa gráficamente la Virgen en el hermosísimo canto del Magníficat, en el que prorrumpe con la fuerza de un volcán en erupción, pero en erupción piroclástica, que lo envuelve todo en segundos y todo lo arrasa. Aquí María Santísima, grácil doncella comedida, discreta como una violeta, de pocas palabras y reflexiva, se muestra con un arrebato místico que muestra el llenazo de Espíritu Santo que debía tener. El Magníficat es uno de los más bellos himnos de la Biblia, de ideas claras y contundentes, que vuelan ligeras y certeras como saetas. Compite con ventaja con las mejores creaciones del Antiguo Testamento, con el que la Virgen estaba familiarizada. Es a la vez, fresco, viril y delicado y rezuma amor al Padre Celestial. El sacerdote, como María debe ser hombre de fe y de amor a Dios y su vida entera debe ser un Magníficat constante, que edifique a los demás, como quedó edificada Isabel.


El sacerdote es santificador